"Gaza y el 12 de septiembre"
La mejor metáfora de cómo ha cambiado el mundo desde el 11-S, de los ocho años de Bush que mañana terminan, es un videojuego: September 12th, del uruguayo Gonzalo Frasca. Su mecánica es simple y se puede probar desde Internet. En la pantalla aparece un escenario que podría ser cualquier ciudad de Oriente Medio, tan poblada como pobre, donde terroristas, armados con fusiles Kalashnikov, comparten las calles con civiles. El jugador maneja con el ratón una mirilla y es su única forma de interactuar; no se presenta otra opción. Con ella puede apuntar y disparar un misil a distancia que matará cuanto encuentre a su paso. Se puede ajusticiar a los del Kalashnikov, pero es inevitable asesinar también a los civiles y destruir las casas. Cada vez que un civil muere, otros le lloran y algunos de ellos se transforman a su vez en terroristas. Al poco rato de participar en el juego, inevitablemente el resultado es una ciudad en ruinas… llena de cadáveres y nuevos terroristas.
September 12th no es realmente un juego, pues no tiene fin, no puedes ganar ni perder. Pero existe una opción, aunque no lo parezca: puedes elegir si disparas o no. September 12th es la mejor metáfora porque es corta, simple y por lo tanto efectiva. Y porque reduce la ‘guerra contra el terror’ a su esencia, a su contradicción. Las guerras terminan, pero la guerra contra el terror no sólo justifica el fin sin importar los medios, sino que no tiene fin. Es la guerra eterna de George Orwell y el Gran Hermano, donde el enemigo cumple una doble función: alimentar a la industria militar y alimentar el miedo, la mejor droga para adormecer las libertades. La guerra eterna no tiene fin, pero sí un objetivo: la propia guerra.
La salvaje operación militar contra Gaza también tiene un objetivo: la propia guerra. Interesa a los políticos israelíes, que el 10 de febrero irán a las urnas con la pechera llena de sangre y medallas. Interesa a Ehud Barak, ministro de Defensa, ex primer ministro y líder del Partido Laborista, que hasta hace unas semanas afrontaba las urnas con las peores encuestas posibles. Interesa a Tzipi Livni, ministra de Asuntos Exteriores y probable nueva primera ministra, pues para eso ha demostrado que puede ser tan implacable como su rival Benjamin Netanyahu. Interesa a los corruptos regímenes árabes, más preocupados por el auge de movimientos islamistas que por los siempre abandonados palestinos. En la larguísima cadena de interesados aparece incluso la industria militar española, que tiene a Israel entre sus clientes. ¿Se plantea el Gobierno de Zapatero cancelar los acuerdos de venta de armas? “La situación actual es de tal emergencia que debemos concentrar todos los esfuerzos en conseguir el alto el fuego. Tiempo habrá para todo lo demás”, respondió el viernes la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega cuando la prensa preguntó. La respuesta, en resumen, es que no.
¿Interesa a Hamás? Si algo ha demostrado ya las últimas décadas de la historia de Palestina es que el talión de los cien ojos por cada ojo que aplica Israel sólo sirve para llenar el mundo de ciegos. La ‘guerra contra el terror’, sea en Gaza o en Bagdad, es la gasolina que alimenta el incendio; un incendio siempre interesado y del que Israel saca, en cada ‘guerra defensiva’, una nueva frontera aún más amplia. Hamás no puede perder en Gaza, pues Israel tampoco puede ganar. Para el que resiste un ataque militar, el simple alto el fuego, aunque sea unilateral, ya es una victoria.
Ahora, cuando los bombardeos israelíes paren al fin, cuando el fósforo blanco y las bombas DIME terminen su trabajo, acabará la batalla, pero no la guerra. Israel tenía más opciones y eligió disparar. Podía haber negociado prolongar el alto el fuego previo –contra lo que repite su propaganda, ellos también lo incumplieron y el ejército israelí ajustició en los últimos seis meses a decenas de personas en varias incursiones en Gaza–. También podía intentar un acuerdo definitivo: Hamás no busca (contra lo que de nuevo insiste la propaganda) acabar con Israel. Sus líderes han anunciado en varios ocasiones estar dispuestos a aceptar la frontera de 1967 como marco para una paz duradera. Israel tenía muchas más opciones pero eligió la guerra contra el terror. Eligió castigar a las personas de Gaza por votar a Hamás. Bajo la metralla y los escombros, han dejado sus vidas más de mil palestinos, han perdido sus brazos o sus piernas más de 5.000 heridos. Mas de 300 niños muertos, en otro atroz crimen que generará aún más odio, venganza, terror. Es la herencia de la muerte, una espiral de violencia donde lo peor siempre llega el día después de la matanza.
Ignacio Escolar
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