El paseo (saiakera)

El narrador del paseo, el cual no debemos confundir con el autor de la obra Robert Walser, nos describe de una manera un tanto irónica y con cierto humor todo lo que ve a su paso por la calle. Podemos percibir la ironía desde un principio, ya que nos presenta la cotidianidad por medio de un lenguaje formal, expone la sencillez de una manera compleja. Esto lo vemos ya al leer las palabras que preceden al texto, “Declaro que una hermosa mañana...” dice utilizando un lenguaje jurídico, como si del acta de un testigo se tratara.

Si seguimos adentrándonos en este paseo, iremos viendo, también, cómo el narrador transmite en varias ocasiones la indefinición de lo que percibe sin dejar de lado ese punto de ironía, porque no todo lleva un rótulo o etiqueta, “...me encontré a una mujer que parecía española, peruana o criolla...”. El lenguaje no sirve para describir esa realidad metafísica de la que Platón quería convencernos, no podemos concretarlo todo con el lenguaje, porque la única realidad que somos capaces de conocer es aquella que somos capaces de percibir, y no percibimos las cosas de una manera estrictamente inamovible. Así, el paseante nos narra impresiones, pues aunque nosotros nos justifiquemos diciendo que el lenguaje nos es insuficiente, el va más allá, es capaz de escribir y expresar la indefinición, es un estilo totalmente espontáneo. La ironía de la que antes hablábamos, presente en todo el texto, es también una forma de romper las barreras del lenguaje, es admitir los límites y a su vez, alejarlos un poco. Cuando Sócrates dijo “solo sé que no sé nada” estaba admitiendo sus propios límites para abrir así el camino que le conduciría a llegar a saber algo. Es eso mismo lo que hace el personaje de Walser. Parodia ciertos tipos de lenguaje y convenciones sociales, los rompe, eso es claramente perceptible en la escena de la librería.

Y es que para el paseante, es aquello que llamamos erróneamente ‘pequeñas cosas’ lo que tiene verdadera importancia, no las formas o el protocolo, y cito “tenía ante mí toda la rica Tierra, y sin embargo tan sólo miraba hacia lo más pequeño y más humilde”. Esto nos remite inevitablemente a la Carta de Lord Chandos y a la crisis lingüística aquí expresada. Para el narrador de este pequeño relato, pasear es mantenerse en contacto con el mundo vivo, pasear es vivir, pues aislados moriríamos. Esto se ve reflejado en las descripciones del texto, da la sensación de que escribe mientras pasea, nos expresa la fusión con el mundo mediante esa espontaneidad ya antes nombrada, “yo me había convertido en un interior, y paseaba como por un interior”. Volvemos otra vez a la experiencia estética, a pensar lo que se ve, “el mundo matinal que se extendía ante mis ojos me parecía tan bello como si lo viera por primera vez”. Esto es exactamente lo que Hofmannsthal nos hacía llegar de una forma tan excelente en su relato. Pero no sólo nos indica eso este fragmento del texto, sino que al decirnos que era todo tan bello como si fuera la primera vez que lo veía, nos está diciendo que no es como era antes, es diferente, otra persona. Desaparece su identidad, es ahí donde entra en juego el sujeto, “yo ya no era yo, era otro, y precisamente por eso otra vez yo”. No hay sujeto. Estamos en constante cambio, ese es el único ‘yo’ que puede existir, un ‘yo’ que deja de serlo constantemente, y por eso es un ‘yo’. Nuestra esencia es la existencia, la no esencia.

Como dijo Nietzsche, no hay ningún sujeto Kantiano que acompañe a todos mis pensamientos, no puede haber un ‘yo’ que sea el contenedor de éstos. Lo que da unidad a los pensamientos es el cuerpo, por eso la primera idea de unidad que tiene el niño aparece cuando ve su imagen por primera vez reflejada en un espejo. Somos a cada instante el resultado de la lucha entre impulsos interiores y exteriores, el resultado de la lucha entre fuerzas dionisiacas y apolíneas. Pero no nos gusta pensar eso, nos da cierto miedo. Nos sentimos más seguros pensando que tenemos una identidad, un carácter que nos va marcando un poco el camino, necesitamos tener un cierto control sobre nuestras acciones inmediatas. Según Richard Gregory, “El cerebro está preparado para sobrevivir, no para conocer la verdad”. Protegerse a sí mismo contra la incertidumbre y el miedo es una manera de sobrevivir. Y eso es lo que nos obliga a hacer nuestro cerebro, protegernos, y seguir pensando que tenemos una identidad, actuar como si nos conociéramos tan bien a nosotros mismos, que sabemos lo que haríamos en situaciones extremas. Es un autoengaño, sí, pero ¿acaso no funcionamos así?