BARÇA - ATHLETIC
VALENCIA-. Se acabó el sueño. Y lo hizo de la forma más dolorosa. Porque el Athletic perdió la final por la que llevaba suspirando un cuarto de siglo y lo hizo con contundencia, a manos de un Barcelona que sufrio durante media hora, pero que se recreó durante los sesenta minutos restantes para acabar goleando a los bilbainos. Meses de emoción y euforia quedaron reducidos a lágrimas. Y, sin embargo, muchos recordarán el de ayer como un gran día. Este Athletic no tomó el relevo de aquella plantilla campeona y Toquero sólo pudo convertirse en el nuevo Endika durante algunos minutos, pero una nueva generación de aficionados tomó el testigo de sus padres. Miles de rojiblancos que ya no tienen que recurrir a anécdotas mil veces escuchadas y fotos descoloridas para sentirse parte de un gran equipo. Que lo son, y parte imprescindible. Porque ayer, elevando el tópico a su máxima expresión, no jugaron once rojiblancos. Lo hicieron los 35.000 leones que se desplazaron a Valencia y los miles y miles que se quedaron en la retaguardia. Lamentablemente, no fue suficiente. El Barcelona tiró de su famoso rodillo para superar por completo a un rival que, durante demasiados minutos, se limitó a aguantar el chaparrón, impotente ante, ayer lo fue, el mejor equipo del mundo. Y eso que el partido comenzó de forma inmejorable, con los vizcainos encerrando a su adversario -había que ver los problemas de Pinto para sacar de puerta-. Durante casi media hora, el Barcelona fue un espejismo del que ha maravillado al mundo del fútbol durante los últimos meses. El Athletic, por el contrario, fue exactamente el que se esperaba: presionante, batallador, constante, hipermotivado... E incisivo. Porque a los cinco minutos, los culés recibían el primer aviso, con un servicio espectacular de Iraola y el posterior remate de Toquero, que detuvo Pinto. Casi de inmediato, una gran acción en la que intervino medio equipo culminó con chut de Javi Martínez, que acabó en córner. Y ahí, con ese saque de esquina, a las 22.09, llegó la apoteosis. Gaizka Toquero, no podía ser otro, cabeceó el balón en el segundo palo para que Valencia, Bilbo y Bizkaia explotaran. Veinte minutos duró el éxtasis rojiblanco. Veinte minutos en los que todos los que no se habían atrevido a apostar por el Athletic, temerosos quizá de ser tildados de herejes, comprobaron que, como dice el slogan, "impossible is nothing». Pero la fiesta acabó en dura resaca, que empezó a tomar cuerpo a la media hora, cuando una jugada personal de Touré Yayá restablecía el empate en el marcador. Un gol con el que acabó el partido. A partir de ese momento, todos los problemas que había padecido el Barcelona se trasladaron al bando bilbaino, multiplicados a la enésima potencia. Joaquín Caparrós se desgañitaba en la banda y la afición lo hacía en la grada, pero el Athletic fue presa de un bajón insospechado. Incapaz de sujetar el balón durante poco más que unos segundos, el equipo rojiblanco acabó prácticamente por desaparecer. Si el cocktail se completa con un Barcelona dispuesto a hacer historia y ofreciendo su mejor versión de las últimas semanas, el resultado es evidente: al Athletic acabaron cayéndole cuatro e incluso pudieron ser más. A los diez minutos de la reanudación, Messi aprovechaba un rechace para hacer el 1-2 y, casi de inmediato, Bojan daba el golpe de gracia a su rival al culminar un contragolpe con un golazo. Con el Athletic definitivamente hundido, los catalanes se recrearon e incluso pusieron la puntilla, a media hora del final, con un golazo de Xavi. A partir de ahí, fue tiempo de lágrimas. De satisfacción por parte blaugrana y de impotencia por el lado rojiblanco. Pero también de orgullo. Porque la afición reconoció el esfuerzo a su equipo y, sobre todo, el equipo sintió el ejemplo de su afición, que apoyó con tanto ahínco -incluso con el encuentro acabado- como admitió el triunfo de su rival.
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