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Entrevista con Christian Zacharias
por Mark Wiggins
Christian Zacharias en Diverdi
A lo largo de los últimos quince años, Christian Zacharias ha expandido sus horizontes musicales, y lo ha hecho con éxito. Originalmente fue un pianista de concierto (y un músico de cámara) muy alabado por la claridad y el refinamiento que destilaban sus interpretaciones, así como por una cierta transparencia cristalina en su sonido, como reflejan las grabaciones realizadas para EMI Electrola en Alemania. En particular, recordamos con gran agrado sus conciertos para piano y sus sonatas de Mozart, o sus sonatas de Schubert y de Scarlatti. En tiempos más recientes, este músico alemán (nacido en la India) que ahora está en su cincuentena, se ha convertido en un buscado director de orquesta -que a menudo dirige desde el piano- por su vigor interpretativo y la imaginación que aplica a la confección de sus programas.
Aunque a menudo lo veremos y escucharemos dirigiendo Mozart, Brahms o Beethoven, hay muchas posibilidades de que también aparezcan en el programa obras de compositores com Eisler, Webern, Ives o Stravinsky. Desde el cambio de centuria Zacharias ha forjado fuertes lazos con dos orquestas en particular: es el director artístico y director titular de la Orquesta de Cámara de Lausanne, y el principal director invitado de la Orquesta Sinfónica de Goteborg. Aunque cada vez son más frecuentes sus visitas a otras orquestas a lo largo y ancho del mundo (lo vemos a menudo en España), incluyendo Bamberg, Nueva York, Los Ángeles o Dresde.
Zacharias, no obstante, no ha descuidado en ningún momento su actividad como pianista, y sigue ofreciendo recitales y efectuando grabaciones con regularidad. Su casa discográfica a lo largo del último decenio ha sido el sello alemán Dabringhaus und Grimm (MDG), basado en Detmold. Y en él ha aparecido su último disco hasta la fecha, una selección de Danzas Alemanas y la Sonata D959 de Schubert, esta última compuesta en el último año de vida del compositor, y que ha resultado un reto para los espíritus artísticos desde el mismo momento de su composición: ahí están, sin ir más lejos, la memorable utilización que de esta música hace el cineasta Robert Bresson en su película Au hasard Balthazar, de 1966, o este inmenso disco de Christian Zacharias. En una inusual ruptura con la tradición, el gremio de la crítica musical -en concreto, 16 de las más importantes revistas musicales del mundo- ha concedido a Zacharias, en la edición de 2007 de los MIDEM Classical Awards de Cannes, el premio de Artista del Año, algo que también hace justicia a la opinión ya muy arraigada del público que lleva muchos años disfrutando en sus conciertos.
DIVERDI: En este momento de su carrera, ¿en qué terreno se siente más a gusto como intérprete?
CHRISTIAN ZACHARIAS: Lo que más me motiva es conseguir acercar a las orquestas a mi concepto interpretativo. Es una cuesión de aportar energía a la orquesta, que después comenzará a devolvérmela. Para mí esto es algo más emocionante que mi labor pianística, aunque procuro seguir programando recitales cuando puedo; pero lo cierto es que al tocar el piano a solo -o en un grupo de cámara- echo de menos esa emoción que me invade al dirigir una orquesta. Incluso aunque puedas dejarte llevar con un buen trío o un buen quinteto, está lejos de la energía que puedes provocar con una orquesta. También pienso que puedo aportar cosas importantes en el terreno de la programación, como pianista, director o solista con orquesta. Hace poco, ofrecí un programa con la Orquesta Sinfónica de Bamberg que incluía una sinfonía de CPE Bach, los Rheinische Kirmestänze para vientos de Bernd Alois Zimmermann, un concierto de piano de CPE (que nadie toca, pero que a mí me encanta) y la Sinfonía "Rhenisch" de Schumann. Para encontrar este tipo de programas en cualquier otro sitio, debes buscar con un microscopio. Esto me parece interesante y emocionante, y espero poder seguir contribuyendo ideas en este terreno. Por otra parte, no siempre necesitas tener piezas recién compuestas para poder ofrecer estrenos: tres de las piezas que toqué en Bamberg jamás habían sonado allí.
DIVERDI: ¿De qué manera han evolucionado sus preferencias en cuanto al repertorio y su forma de interpretar a lo largo de los últimos años?
C. Z.: En el pasado, mi repertorio se movía entre el clasicismo, los románticos tempranos y también los románticos alemanes como Schumann, además de los conciertos hasta Brahms; y en música de cámara, siempre me he concentrado en compositores como Ravel y Debussy. Ahora la aventura es mucho mayor, por la simple razón práctica de que tengo que aprenderme todas las notas... Organizar todos estos sonidos, hacer que otras personas los ejecuten, controlar y dirigir esta ejecución es algo muy diferente.
Es un enorme placer comunicarse con la orquesta de esta manera. Estar a solas con el público, como pianista, es mucho más duro que tener enfrente una orquesta; ni siquiera tengo que mirar al público, porque lo tengo detrás de mí. De esta manera, toda la comunicación y las reacciones se desarrollan en primer lugar delante de mí, y esto, en cierta manera, resulta encantador. Y hasta ahora, está funcionando muy bien. Soy plenamente consciente de que también podría haber sido un desastre, pero he sido muy afortunado al poder elegir a las personas apropiadas que, por su parte, también tienen la opción de elegirme o no. Estoy consiguiendo construir una relación muy enriquecedora con las orquestas con las que trabajo.
La Orquesta de Cámara de Lausanne es una orquesta sinfónica a la antigua usanza en todo menos en el nombre. Tiene vientos dobles y las suficientes cuerdas como para poder tocar sinfonías de Schumann. No podemos afrontar el repertorio verdaderamente grande -Wagner, Bruckner, Chaikovski, Mahler-, pero en las últimas temporadas hemos hecho las sinfonías de Brahms. La Orquesta de Goteborg también es sinfónica, pero mi trabajo con ellos se basa a menudo en grupos más pequeños: dividimos la orquesta para ir siempre de lo más pequeño a lo más grande. He llegado a la conclusión de que la idea del "demasiado grande" en música me cansa mucho más que el tipo de balance que se obtiene al interpretar una sinfonía de Schumann con una orquesta sinfónica con sólo 12 primeros violines.
No estoy intentando a propósito obtener reacciones diferentes con estas dos orquestas. Siempre procuro ser yo mismo e intento obtener lo que tengo en mente, pero en el proceso uno aprende acerca del carácter de cada orquesta y, por supuesto, lo incorpora a su trabajo. Tengo mis ideas y las aplico, pero el último toque característico siempre viene de la orquesta misma.
DIVERDI: También en los últimos años, en las obras para piano y orquesta, parece que usted ha tomado la decisión de tocar el piano sólo si también es el director. ¿Es ésta una decisión definitiva por su parte?
C. Z.: Al menos una vez al año sigo sometiéndome a las órdenes de otro director, pero lo cierto es que siento que en un concierto para piano debo asumir el control total de la situación, salvo, por supuesto, en el caso de obras como las de Brahms o Ravel, donde sería imposible dirigir desde el teclado. Resulta siempre extraña la situación en la que los miembros de la orquesta siguen a la batuta del director pero al mismo tiempo quieren hacer caso a sus oídos, que están siguiendo al solista, que a menudo va en otra dirección. Siempre es un asunto delicado. Al director no le gusta cuando el solista comienza a llevar a la orquesta en su dirección, y se sentirá desplazado. Pero dicho esto, por supuesto hago excepciones y la de esta año será el Cuarto Concierto de Beethoven dirigido por Jukka-Pekka Saraste, experiencia que seguro que será muy positiva.
DIVERDI: ¿Tiene planes de grabar música orquestal?
C. Z.: El problema es que intentamos programar lanzamientos de música orquestal, pero es difícil que funcionen. Haydn y Schubert, por ejemplo, no venden nada bien hoy día. Tenemos la música de compositores anteriores, como Kraus, que me interesa muchísimo, pero la increíble competencia de los grupos barrocos es un hecho que está ahí. Esto es algo que afecta en especial a las orquestas de cámara, porque hay un buen número de grupos barrocos que han cubierto el repertorio hasta llegar incluso a Schubert o Schumann. Así que por el momento me está resultando muy complicado confeccionar un programa orquestal para disco. Un proyecto que me resultó muy grato realizar fue el Réquiem de Michael Haydn, algo único. Si encuentro otra obra en esta línea pronto tendremos otra grabación con orquesta, pero por lo pronto sigo buscando... Dicho esto, lo cierto es que a nivel concertístico estamos muy satisfechos. Tenemos socios fantásticos, como el Théâtre Champs-Elysées, al que volvemos cada año para tocar ante un auditorio repleto. Creo firmemente en la música en vivo; al igual que en el teatro, por ejemplo, lo importante son esas dos horas de una emoción irrepetible.
DIVERDI: Su último disco ha significado su retorno a Schubert, con la grabación de su Sonata en La mayor, D959. ¿Qué visión tiene de esta obra?
C. Z.: Estoy muy contento de haber hecho este disco, especialmente porque es tan diferente del Schubert que hice para EMI hace mucho tiempo. Werner Dabringhaus (de MDG) había estado escuchándome en un recital de Schumann, Beethoven y Schubert, y de inmediato vino a mí proponiendo la grabación. Por suerte, pudiemos organizar las sesiones rápidamente. En cualquier caso, mis discos en EMI son difíciles de encontrar estos días. Algunos países como Francia siempre han sido muy fieles, pero en otros sitios es imposible encontrar estas grabaciones.
¡La Sonata en La mayor es incluso mejor que Beethoven! Quizá se pueda decir que su último movimiento es una copia "palabra por palabra" del final de la Sonata en sol mayor op.31/1 de Beethoven, pero el caso de Schubert representa una de esas raras ocasiones en que se puede afirmar que la copia supera ampliamente al original, y su alcance es enorme. Para mí, se trata sencillamente de la mejor sonata de Schubert, también porque, por una vez, el Finale tiene incluso más calidad que el resto de la obra. En casi todas las demás piezas de Schubert siempre encontramos un primer movimiento increíble, un segundo movimiento gigantesco, pero luego, ejem, la calidad decrece un poco. Esto ocurre incluso con su última sonata, en Si bemol mayor. La D959 es la única en continua ascensión, para llegar, al final de la obra, al cielo o a la eternidad, como quiera llamarlo. El segundo movimiento, el Andantino, contiene una especie de catástrofe en el centro. Esto es el caso en muchos de los movimientos lentos de la producción tardía de Schubert, pero aquí es la más "absurda". La explosión, cuando llega, es casi imposible de describir. Lleva al límite la técnica pianística. Y entonces, el movimiento vuelve al principio, con ese elemento de tristeza adicional. Este movimiento implica un enorme reto emocional y técnico. Es único, incluso para Schubert. En los cuartetos de cuerda y en los quintetos hay pasajes similares, pero dentro de las sonatas de piano, este momento es único. Y esto es lo que hace que esta sonata sea tan especial para mí, y siempre lo ha sido.
DIVERDI: Usted lleva ya casi una década colaborando con MDG. ¿Qué le parece su planteamiento?
Cuando EMI dejó de producir en Alemania, fui muy afortunado al poder comenzar de inmediato a trabajar con MDG, para quien grabé el Quinteto 'La Trucha'. Es una compañía con mucho carácter: todo el rato me están empujando a hacer cosas nuevas, aunque no puedo realmente grabar más de dos discos al año, por motivos de tiempo. Werner Dabringhaus, que está implicado en todas las grabaciones orquestales que hago, tiene una idea muy clara acerca de lo que puedo conseguir. Por supuesto, tampoco puedo olvidar a mi principal apoyo en las grabaciones a solo, el productir Friedrich Wilhelm Rodding. Pero Werner es, realmente, excepcional, sobre todo en lo que concierne la profunda comprensión de lo que busco artísticamente. Es cierto que MDG tiene una filosofía del sonido propia, que a veces casi resulta demasiado colorista. En ocasiones me podría contentar con algo más neutral y no tan "a lo Glenn Gould" en el sonido, pero ésta es su manera y me parece maravillosa. Es intensamente musical y también muy dirigida a la gente acostumbrada a escuchar música en vivo.
DIVERDI: España ha sido un país en el que usted ha actuado desde hace varias décadas. También parece que siente especial predilección por la música de Domenico Scarlatti. ¿Qué cambios ha percibido a lo largo de estos años?
C. Z.: Ciertamente, el desarrollo de España ha sido enorme, y parece que es el país más dinámico de Europa ahora mismo, con la construcción de todas esas nuevas salas de conciertos y tantas nuevas audiencias. Siempre digo que la situación histórica resultó crítica para la música en España. La vida musical tuvo que comenzar casi desde cero tras la muerte de Franco. España tomó la oportunidad de su ingreso en la Unión Europea para invertir parte del presupuesto en cultura. Y ahora las orquestas están mejorando, y van en la buena dirección en términos de calidad y de comprensión real de la música. Recuerdo haber tocado en España en los años setenta. En ese momento, no podía dar crédito de lo mal que estaba la situación: los pianos eran pésimos, la actitud predominante era la de "mejor mañana", y nada funcionaba realmente. De pronto, todo ello cambió y España cuenta ahora con algunos de los ciclos de conciertos más prestigiosos del mundo. Sin ir más lejos, el ciclo de piano organizado por Scherzo en Madrid, con los mejores pianistas. Desde luego, es uno de esos países en los que siento que tengo una base muy sólida.
Respecto a las sonatas de Scarlatti, siempre han sido muy importantes para mí. Hay una riqueza inmensa en esta música. Si la comparamos con la música italiana típica de la época, la de Scarlatti es incomparablemente mejor y más fuerte. Casi nunca toco Bach, que para mí es el último remanente del Barroco, mientras que Scarlatti ya apunta hacia el Clasicismo. Algunas de sus sonatas son realmente clasicismo temprano, y ésta es probablemente una de las razones por las que me atraen tanto. En ellas, puedo percibir el futuro; el piano es más visible que en cualquier otra música de este tiempo.
DIVERDI: ¿Qué le parecen los premios en el mundo de la música, ahora que le han concedido el de Artista del Año en los MIDEM Classical Awards de Cannes?
C. Z.: Ha sido un evento muy placentero para mí. ¡Quiere decir que algunas personas han estado siguiendo mi trabajo! Durante los primeros años de mi trayectoria recibí bastantes premios, pero éstas son las cosas que uno recibe cuando es joven, cuando sigue siendo una "joven promesa". Entonces vino un largo silencio, y uno se empieza a preguntar si realmente toca cada vez peor... Así que quizá este nuevo premio - que creo que es el primero que recibo en 30 años- significa, de alguna manera, que no soy peor que antes... Me hace feliz que la gente me recuerde ahora. Ya veremos a qué conduce esto...
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