Peter Pan no era idiota
Miguel Hernández murió siendo un niño.
Cuando somos niños iniciamos nuestro camino sin inquietudes, las circunstancias materiales nos parecen una banalidad y soñamos con todo, de todo y por todo; nos da igual que el sol nos castigue, que la lluvia nos cale, que el viento nos lleve... Seguimos adelante sin pararnos y sin dormirnos, porque la energía que nos propulsa es la más verde y renovable que jamás se haya inventado o se vaya a inventar: la imaginación.
Pero por desgracia este camino no dura mucho, ya que aproximadamente a la edad de veinte años decidimos abandonar nuestra existencia a las tinieblas: trabajar, pagar la hipoteca, jubilarnos, morir… La vida viene a volverse en un aburrimiento inaguantable, se sabe lo que te va a pasar mañana y dentro de treinta años; asco, cansancio, hastío, y seguir respirando o no te la trae al pairo. Aquella imaginación que no conocía fronteras empieza a agazaparse y a renunciar a algo mejor, para reducir su territorio dentro de los límites que marca la sociedad, la normalidad; perdiendo terreno en vez de conquistarlo. El que salga será un desviado, un marginado social, un terrorista, un drogadicto, un loco, una zorra, un bohemio, un imbécil, un soñador, un mocoso…
Tengo, luego existo.
Osasuna, askatasuna eta maitasuna
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