La configuración del «yo» en Imre Kertész (II)
La configuración del «yo» según Kertész y según Nietzsche
Volviendo a la narración, podemos ver abundantes muestras
de esos citados cambios, que según la sensación que nos transmite el libro, no
cesan: “aquello que en mi juventud consideré cobardía, estupidez, ceguera y, en
el fondo, una variante inconcebiblemente tragicómica del suicidio era, en
realidad, una forma de impotencia convertida en dignidad”[1].
El autor indica que anteriormente tenía una idea muy diferente de la actual
sobre un hecho concreto, lo que significa cambio, sin embargo, alguien pordría
pensar, que solo es una ligera alteración del pensamiento, por lo tanto,
expondremos más fragmentos que nos hagan concluir que Kertész, sí ha cambiado:
“el lamento por la muerte del protagonista suicida se refiere a la desaparición
de mi propia exitencia creativa, de ese ser que en el transcurso de treinta año
de trabajo secreto, productivo y, en el fondo, inofensivo, hizo salir del
capullo al gusano de seda, y creó aquel otro que ahora soy”[2].
Él mismo admite en estas lineas reunir en su persona más de una identidad con
esa última frase, “y creó aquel otro que ahora soy”. Haciendo alusión a una
cita de Wittgenstein, él también se pregunta “¿Sabía o solo creía que me
llamaba I.K.?”[3]. Pone en
duda incluso aquello que podría ser lo único inmutable en su vida, pero, no
siendo un todo inamovible, ¿cómo usar un nombre para hacer referencia a algo
que no existe?. Más adelante admite: “Por lo visto, estoy teniendo problemas de
identidad”. Y no es de extrañar, cuando la identidad es algo que se supone no
debería cambiar, es algo que no es real, algo que Diego Sanchez Meca,
interpetando a Nietzsche, definiría de la siguiente manera: “sólo es una
palabra con la que se nombra un conjunto complejo, dinámico e internamente
plural de actos de metaforización e interpretación determinados por
determinados por el instinto de conservación y dominio”[4].
No obstante, no es eso lo que se nos ha enseñado y nosotros tan bien hemos
aprendido, tenemos la absoluta seguridad de ser algo concreto, un yo, una
identidad. Tenemos fe absoluta en ser un sujeto unitario. Nietzsche sin embargo
insiste: “quizá no sea necesaria la suposición de un sujeto; quizá sea lícito
admitir una pluralidad de sujetos, cuyo juego y cuya lucha sean el fundamento
de nuestra conceptualización y de nuestra conciencia”[5].
Ya antes de empezar con las anotaciones, y entre unas citas que las preceden,
encontramos una cita del propio autor del libro que dice: “«Yo»: una ficción de
la que a lo sumo somos coautores”[6].
Siguiendo a esta última cita, quiero traer a mi ensayo un
fragmento del texto que ha llamado considerablemente mi atención:
“Llueve. A la mesa de un café, un hombre explica algo a una mujer, algo inexplicable. Le gustaría abandonar los intentos de abandonar la felicidad, siempre acabados en fracaso. Se ha hartado de perseguir la felicidad por el laberinto de promesas que no conducen a nada. No es otra mujer, no, Dios me guarde. Es la libertad. Emerger a la superficie, salir del turbio remolino de la relaciones que se van sucediendo año tras año. Se ha aburrido de descubrir su propio descontento en cada relación. Vislumbra en su interior una breve e intensa vida creativa. La fidelidad, el cumplimiento desganado de los deberes, son el fuego que alimenta la permanente depresión. Este fuego es frío como el hielo, aunque en su interior arde una intensa satisfacción. Was gusten sie, wer er war Nadie sabe quién es él, y lo único que él quiere es que lo dejen solo con su secreto. El rostro de la mujer mientras lo escucha. Ahora debería incorporarse , erguirse orgullosa y alejarse reprimiendo a duras penas el llanto. No se levanta. Entonces el hombre debería levantarse de un salto, besar fugazmente los ojos de la mujer y salir a toda prisa del café. No, no lo hace. Llama al camarero, paga. Se levantan al mismo tiempo. Por la ventana batida por la lluvia se los ve salir a la calle. El hombre abre un paraguas. Dan unos pasos juntos, la mujer se cuelga del brazo del hombre, y después de unos torpes intentos, ambos se ponen a caminar a compás”[7].
Aún arriesgándome a caer en malas interpretaciones, diría que este pequeño pasaje hace referencia a uno de esos coautores del «yo» de los que habla Kertész, no sólo mediante la cita anteriormente mencionada, sino haciendo gala de sus conocimientos literarios: “Yo es otro”[8]. Parece hablar de sí mismo en estas lineas, pero no solo eso, sino que rompe además con lo que podría ser tomado como otro tipo de identidad, la identidad de la institución de la pareja. Esta institución, como la mayoría de ellas, está estereotipada, y por ello, tendemos a esperar ciertas reacciones, “El rostro de la mujer mientras lo escucha. Ahora debería incorporarse, erguirse orgullosa y alejarse reprimiendo a duras penas el llanto. No se levanta. Entonces el hombre debería levantarse de un salto, besar fugazmente los ojos de la mujer y salir a toda prisa del café. No, no lo hace”. No se reacciona siempre como cabe esperar, es más, pocas veces se reacciona como cabe esperar. Porque no todas las parejas son iguales, ni siquiera una misma pareja es igual a sí misma, partiendo de que las personas que conforman esa pareja tampoco son seres inamovibles. A cada momento somos diferentes, somos mezclas de sensaciones que se apoderan de nosotros, somos inconcsciencia hecha conciencia, y no, como se ha pensado hasta ahora y se sigue pensado, voluntad. “Una vida larga nos guarda cada vez más sorpresas, que nos deparamos a nosotros mismos”[9]. No sabemos lo que haremos, no tenemos un absoluto control sobre nuestras vidas, “sería un error suponer que mi vida es mía”[10].
La voluntad y el sujeto como actor
Tomemos, pues, el tema de la voluntad, dado que Kertész tampoco olvida hablar de ello. La idea de la voluntad nos viene de Descartes, quien habló de autoconciencia, de ‘ser pensamiento’. Para ser mas precisos, recurrimos a las palabras de Diego Saches Meca, “Descartes afirmaba el sujeto como sede de la razón y principio de la conciencia inmediata, normativa de todo conocimiento. El sujeto es la res cogitans”[11], no obstante, Nietzsche nos dice que es un error “admitir un alma que reproduce, reconoce, etc. No depende de mí hacer venir el recuerdo. Aquí el yo es impotente al igual que en lo referente a la aparición de un pensamiento”[12], “esta concepción deriva de la falsa observación de sí mismo, que cree en el hecho que consiste en pensar. Aquí se comienza a imaginar un acto que no se produce de ninguna manera: pensar. Y se imagina, en segundo lugar, un substratum, sujeto imaginario en el que cada acto de este pensamiento tiene su origen, y nada más. Lo que quiere decir que tanto la acción como el que la ejecuta son simulación”[13]. No no lo podía haber dicho mas claro, ni hay voluntad, ni hay sujeto que la tenga. Kertész también parece tener esto bastante claro, y tenemos dos evidentes muestras de ello en el texto. En una de ellas, admite, “provoco una decisión como quien dice”[14], es decir, se anula la voluntad de la otra persona, o mejor dicho, se deja al descubierto la farsa de la voluntad. Más adelante sucede lo mismo, pero es en él donde es provocada una decisión, “de alguna manera, esta jerga anticuada, de la guerra mundial, me da en el corazón (...), le doy cien florines”[15]. Después de estas afrimaciones, unas páginas más adelantes menciona, “todo apunta a que el ser humano no es verdaderamente libre, que sus pensamientos y sentimientos estás determinados”[16].
La conclusión a sacar una vez leído Yo, otro es relativamente clara. El sujeto no existe como tal, el yo se configura mediante varias fuerzas, varias personalidades, si se prefiere, y por consiguiente, tampoco podría existir la voluntad. No hay actores, solo multiplicidad de sensaciones y reacciones, nada más. Podríamos seguir citando a Kertész durante infinidad de páginas, pero sería repetir lo que ya se ha dicho, y no se pretende tal cosa en este ensayo.
Epílogo
Querría terminar este texto con unas palabras de Diego Sanchez Meca, para que no quede lugar a confusiones: “contra lo que proclamaba el racionalismo, el sujeto no es el origen del conocimiento, ni el fundamento de la universalidad, la certeza o la unidad del conocimiento. Es, más bien, un devenir de estados diferentes, una pluralidad de fuerzas que no se pueden separar de la pluralidad misma de fuerzas que constituye el devenir del mundo y la existencia de los demás individuos”[17]. No es, pues, la barrera entre persona y mundo, porque “nuestra relación con el mundo no es una relación sujeto-objeto”[18].
[1] Imre Kertész. Yo, otro. Crónica del Cambio. Traducción de Adam Kovakcsis. pp. 11-12
[2] Ibídem p. 65
[3] Ibídem p. 13
[4] Diego Sanchez Meca. En torno al superhombre p.156. Texto modificado por mí, L.R., siempre manteniendo su significado.
[5] Friedrich Nietzsche. Fragmentos póstumos p. 497
[6] Imre Kertész. Yo, otro. Crónica del cambio. Tranducción de Adan Kovacsis p. 6
[7] Ibídem pp. 9-10
[8] Ibídem. En este casó Kertész utiliza una cita de Arthur Rimbaud, tanto en la página 6 como en la 13 del mismo libro.
[9] Ibídem p. 12
[10] Ibídem
[11] Diego Sanchez Meca. En torno al superhombre p.154
[12] Friedrich Nietzsche. Fragmentos póstumos p. 474
[13] Ibídem pp. 673-674
[14] Imre Kertész. Yo, otro. Crónica del cambio p. 23
[15] Ibídem pp. 53-54
[16] Ibídem p.8
[17] Diego Sanchez Meca. En torno al superhombre pp. 153-154
[18] Ibídem p. 152
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