A pique
Los últimos días han bastado un par de sucesos, uno más cerca que el otro, para vislumbrar que esto a lo que llamábamos crisis económica y que nos importaba tres pepinos se va a convertir en algo histórico que va hacer que tarde o temprano lo notemos en nuestros hábitos de vida.
Me refiero por un lado, a la reforma laboral que aprobó hace pocos días la nueva ejecutiva de Rajoy y, por otro, a los recortes que el parlamento griego aprobó durante la jornada de ayer, los cuales le costaron que cientos de manifestantes se echaran a la calle y formaran auténticas batallas campales.
Lo vemos por la tele y nos resulta lejano e intrascendente, pero no hace falta ser ningún experto económico para vaticinar que algo por el estilo puede suceder aquí. El caso resulta muy similar. Los recortes cada vez serán más drásticos y los impuestos irán siempre a más, porque hay que reducir el gasto público para poder pagar a los compradores de deuda española. Hablando rápido y mal, se trata de algo tan sencillo como quitar a los pobres para dar a los ricos, porque necesitamos de esos ricos para poder pagar a médicos, profesores y bomberos.
Pero, ¿Cómo se pone fin a todo esto? Poco a poco se está empobreciendo toda la clase social. Cada vez más parados, más desahuciados, más jóvenes sin ningún tipo de oportunidad laboral… Debemos asumir y ser conscientes, que no lo somos, que estamos irremediablemente abocados a una situación terminal y que en algún momento tiene que reventar todo esto. Pero mientras sigamos como estamos en la actualidad, es decir, pasivos y asustados, no conseguiremos dar la vuelta a la situación, por muchas huelgas generales que hagamos, por lo que, lo que ayer veíamos por televisión en Grecia, tal vez lo veamos próximamente por nuestra ventana.
Tarde o temprano llegará el momento de enfrentarnos a la situación y de darnos cuenta de que mientras no lo hagamos nuestros derechos como ciudadanos irán menguando poco a poco. Pero mientras sigamos dóciles hacia un gobierno que ha implantado el terror económico, no tenemos nada que hacer, más que esperar a ver quiénes son los primeros en estallar aquí y ver cómo en la tele los tildan de violentos, indignados o incluso terroristas, si nos descuidamos. Mientras, el resto seguirá atrincherado en su miedo, miedo a perderlo todo.
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