Joseba Zulaika, Del Cromañón al Carnaval: los vascos como museo antropológico, San Sebastián, Erein, 1996.

so 1467378181235 SO | 2021-01-16 07:26

Prólogo. Parte I. Introducción: 1. Los vascos como objeto etnográfico y museístico. 2. Narrativa antropológica como necesidad y problema. Parte II. La narrativa antropológica vasca: 3. Ciencia europea busca raza vasca: la formación del nativo. 4. El arqueólogo como héroe y villano. 5. Palabra, Etnografía, Mitohistoria. 6. Narrativa histórica. 7. El presente etnográfico. 8. Diversificación y academización. Parte III. Surrealismo etnográfico: 9. Más allá del nativismo. 10. Método, ficción y verdad. 11 Euskadi fantôme: Notas para una etnografía surrealista.

Al inicio de este libro se evoca al Ángelus Novus de Walter Benjamin: «Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros vemos una sucesión de hechos, él no ve sino catástrofe, ruinas que se amontonan arrojadas a sus pies» (cit. en p. 7). En Del Cromañón al Carnaval, estas ruinas adquieren una forma muy concreta: la del museo de San Telmo en San Sebastián, que adquiere aquí una doble significación. Por un lado, representa el resultado del discurso etnográfico que puede encarnarse en José Miguel de Barandiarán. Por otro, simboliza las ruinas de ese mismo discurso: «la historia que se narra aquí está animada por la seducción de esas ruinas etnográficas» (p. 12). Joseba Zulaika expone así, mediante esta figura, su actitud ante el objeto de estudio.

No se trata de una nueva crítica de la «invención de la tradición», de una nueva inventiva «contra los Milenarismos, Tubalismos, Matriarcalismos o Fuerismos desde una posición de autoridad intelectual» (p. 33). El suyo es un proyecto sobre un discurso que sabe en ruinas, pero cuya seducción reconoce. Tampoco es un estudio de anticuario: no se trata de reconstruir una parte muerta del pasado sino de transformarla para que sirva para el futuro. Joseba Zulaika parte de la idea de que la antropología ha sido fundamental en el establecimiento de una narración identitaria vasca. Para explicar en qué condiciones y cómo se ha construido esta identidad colectiva, analiza la obra de tres antropólogos: Telesforo de Aranzadi, José Miguel de Barandiarán y Julio Caro Baroja. En los tres casos sitúa con precisión al antropólogo en su época, defendiéndolos de acusaciones fáciles pero siendo crítico a la vez. Un buen ejemplo es el uso del concepto de raza por Aranzadi y Barandiarán. Zulaika muestra cómo se trata de un concepto ampliamente utilizado por la antropología física europea del siglo XIX y del que no podían prescindir los antropólogos vascos. A la vez, insiste en que la noción de raza vasca manejada por Sabino Arana no tiene fuentes «científicas»: no cita a los antropólogos europeos que han escrito sobre los vascos y parece ignorar la obra de T. de Aranzadi. Por tanto, no tiene sentido afirmar que Aranzadi y Barandiarán son cómplices del racismo xenófobo de Sabino Arana.

IMAGEN ESENCIALIZADA DE LO VASCO

Lo cual no impide a Zulaika notar que la obra de ambos contribuye a dar una imagen esencializada de lo vasco, que podía muy bien ser —y de hecho lo fue— movilizada por el nacionalismo. En el caso de Caro Baroja, la calidad de su obra no le impide encontrar puntos criticables, como, por ejemplo, su rechazo de los avances metodológicos de la antropología europea.

ANTROPOLOGIA VASCA

En los capítulos 7 y 8 comenta de modo más somero la puesta al día de la antropología vasca a través de la obra de William Douglass, Davydd Greenwood, Sandra Ott y Marianne Heiberg, así como las corrientes de los últimos años. En cualquier caso, creo que puede decirse que el protagonista del libro es José Miguel de Barandiarán. Es él quien mejor formula la imagen primordial de los vascos y es él quien es considerado aún como el «patriarca» de la cultura vasca. Para Zulaika, Barandiarán, precisamente por su obsesión coleccionista, por su resistencia a interpretar los objetos arqueológicos, por su prudencia científica, contribuye de modo poderoso a construir una narración sobre los vascos que finge no serlo. La etnografía barandiaranista se caracterizaría por el culto del documento, del objeto antiquísimo que permite definir de modo esencial qué son los vascos. Es obvio el fácil deslizamiento hacia el na-cionalismo. De ahí que el hallazgo de los cráneos de Urtiaga (Itziar), que permiten a Barandiarán formular la hipótesis de la evolución autóctona de los vascos, convierte al antropólogo en héroe cultural: he aquí, por fin, hallada en una cueva, la piedra angular de la narración sobre la identidad vasca. Como dice Zulaika, este hallazgo, en 1936, también convierte al arqueólogo en villano que ha cometido un crimen: «el verdadero crimen del cráneo arqueoló-gico no era por supuesto un crimen de guerra; era el crimen narrativo por el que un discurso cientifista les permitía convertir una calavera en el inicio hipotético de la evolución autóctona vasca.» (p. 111).

Sean cuales sean los beneficios que el nacionalismo haya extraído de la etnografía barandiaranista, lo cierto es que, según Zulaika, ha convertido a los vascos en museos andantes, al representarlos, metonímicamente, mediante los objetos de la arqueología y el folklore. De ahí que el museo de San Telmo pueda condensar como ningún otro la herencia de Barandiarán. Y aquí llegamos al tema de la fascinación por las ruinas y al dilema de Joseba Zulaika: ¿cómo renovar la antropología vasca sin tirar a la basura el legado de Barandiarán —sin demoler el museo de San Telmo, podría decirse—? La solución sería una antropología que recogiera el carnaval contemporáneo, es decir, que refleje que ahora, sobre un mismo espacio, en el País Vasco, está el museo del discurso primordialista, pero también el del arte ultramoderno: el Guggenheim —«exportado neocolonialmente desde el museo de Nueva York [...] hacia la nueva periferia europea» (p. 228)). Si pudiéramos expresarlo en términos de Hayden White, se trataría de abandonar una etnografía dominada por la metonimia, a favor de otra dominada por la ironía.

Una antropología que se nutra de encuentros surreales, como el de Walter Benjamin y José Miguel de Barandiarán en el libro que comento. Hay algunas objeciones que hacer al que es un libro muy inteligente. Ha habido y hay una tendencia entre los autores vascos a privilegiar un único discurso en la constitución de la identidad vasca: el literario, el histórico, el antropológico9... Creo que sería necesario explorar las relaciones entre los distintos discursos que desde la segunda mitad del siglo XIX articulan la identidad de lo vasco. En otro orden de cosas, es notable la insistencia en traducir narrative como «narrativa» y no como «narración». Por último, hubiese sido un detalle colocar el acento en la o del Cromañón de la cubierta. Para concluir no me queda sino mostrarme absolutamente de acuerdo con la frase que, probablemente, mejor recoge el espíritu de este libro. Se la dice, en ese encuentro imaginario, el filósofo judío al antropólogo vasco: «yo no estoy en contra de la etnografía, pero la suya tiene un defecto: le falta ironía(p. 230).

Joseba Zulaika es profesor de Antropología y de Cultura Vasca en la Universidad de Reno en Nevada (EE.UU.). Es autor, entre otras obras, de Terranova: The Ethos and Luck of Deep-Sea Fishermen (Philadelphia, 1981); Tratado estético-ritual vasco (San Sebastián, 1987); Basque Violence: Metaphor and Sacrament (Reno, 1988); Chivos y soldados: la mili como ritual de iniciación (San Sebastián, 1989); Ehiztariaren erotika (San Sebastián, 1990); Crónica de una seducción: el Museo Guggenheim-Bilbao (Madrid, 1997).

Santiago Leoné Universidad de Navarra