Gure amari, in memoriam

noizbehinkakoak 1456151856393 Noizbehinkakoak | 2019-10-31 10:57

 

 [Gure ama Celia Carro Badiolaren hiletan 2019ko urriaren 28an irakurritako testua]

Celia Carro Badiola (arg.: Eva Morales)

 

            Nuestra madre era una orgullosa «chica de Elorrieta». Nació en la Casa Grande de ese intrabarrio de San Inazio, hoy ya desaparecida, y su infancia fue de una dureza que me sobrecoge, aunque a muchos de los presentes les resulte tristemente familiar. Su padre fue encarcelado y su familia represaliada por el régimen franquista y sus secuaces, y pasó mucha hambre y sufrimiento. Ama apenas fue a la escuela (dejó de ir, por iniciativa propia, cuando se hartó de oir a una desabrida maestra decirle constantemente «estúpida, al rincón»). Prueba de que Celia era muy lista es que a pesar de aquella arpía aprendió a leer y a escribir perfectamente y fue una genia del cálculo matemático durante toda su vida. Según la tradición familiar, nuestra madre de pequeña se alejaba bastante del modelo de niña modosita, y disfrutaba más bien de los juegos de estilo gamberro, de los de hacer ruido, correr y mancharse de barro.

           De jovencita nuestra ama empezó a trabajar en la galletería de Artiach, levántandose a las 4.30 de la mañana para ir andando hasta la fábrica. Con 17 años empezó a ir a aprender a bordar, como era entonces la costumbre, para ir preparándose el ajuar (por si la gente joven no lo sabe, el ajuar era el conjunto de sábanas, toallas etc. que las jóvenes casaderas se iban preparando con vistas a un futuro matrimonio)[1]. Por cierto, que hace unos 15 días, estando ya en el hospital, ama nos contó que de las dos horas que duraba la clase de bordado, ella solía saltarse a escondidas la última media hora para ir a aprender a andar en bicicleta con unos chicos de Erandio. De aquella época también recordaba con deleite los bailes de Portugalete y Erandio.

 

 

            Fue en la galletería de Artiach donde, entre chocolatinas y pastitas, ama conoció a aita, que no era de la plantilla, pero se encontraba allí haciendo tareas de mantenimiento mecánico. Los visualizo en ese noviazgo como dos deslumbrantes estrellas del cine en blanco y negro, y veréis que no exagero cuando oigáis este diálogo, que, según fuentes muy fidedignas, marcó el inicio de su idilio:

 

-ÉL: ¿Tienes novio?

-ELLA: ¿Novio yo? Si a mí nadie me ha dicho ni «¿qué haces ahí, fea?»...

-ÉL: ¿Qué haces ahí, fea?

 

(Aclaro, de paso, que mi madre tuvo unos cuantos novios).

 

 

            Tras su matrimonio, mi madre, como era obligatorio en aquella época, tuvo que dejar el trabajo asalariado y dedicarse al trabajo no remunerado e ininterrumpido de ama de casa y madre. Aita y ama nos tuvieron a nosotros, nada menos que cinco criaturas: cuatro hijas y un hijo, los tres del medio con un año de diferencia entre sí. Me da vueltas la cabeza al pensar la enormidad del trabajo que supone cuidar de semejante tropel y cocinar diariamente comidas, meriendas y cenas para 7 personas, además de hacer las compras, la limpieza, la plancha, la costura...  No es de extrañar que al llegar la noche ama estuviera exhausta y rara vez viera completa una película en la tele.

 

            Semejante ritmo de trabajo y tantísima gente en casa, cada cual con su tema, era, desde luego, extenuante, pero no quiero que nadie piense que ama vivía solo para deslomarse trabajando, o que cerró la puerta a los placeres de la vida. Nada más lejos. Los que la habéis conocido sabéis perfectamente que la expresión «risa explosiva» es algo más que una frase hecha cuando se refiere a Celia. En realidad, era como una mezcla entre carcajada e irrintzi, porque iba creciendo y extendiéndose, como una palmera de fuegos artificiales que se deshacía después en una lluvia de brillantina.

 

            Me acuerdo de que cuando todavía vivíamos todos juntos en casa, entre semana, después de comer y antes de que cada cual volviera a clase o al trabajo, todos los días jugábamos una partida de parchís, en la que ella era la jugadora más ruidosa y apasionada, sobre todo en sus proclamaciones de victoria.

 

            También fue una narradora espectacular. De pequeños le escuchábamos hipnotizados el cuento del Gallo Kiriko, «que se fue a la boda de su tío Perico, con su traje de plumas tan rico y todo de lodo manchado el pico», un cuento difícil de contar, porque es de esos que exigen encadenar ciertas palabras, en un mismo orden, añadiendo cada vez una más. También oí de sus labios, mucho antes de leerlos, el cuento de Alí Babá y la historia del Caballo de Troya, y después los argumentos de películas que le habían gustado y a mí me entusiasmaron más tarde: «Cumbres Borrascosas», «Rebeca», «Jane Eyre»... Ama fue también una gran inventora de palabras y expresiones que, por supuesto, solo los iniciamos comprendemos, como «lengüero», «coso», «ponerse a tiro pitirrí» etc. Sabía además hablar en «clave» mediante un sistema que consistía en separar las palabras en sílabas e introducir entre ellas la preposición «con». Por ejemplo, para decir «¿qué dices?» diría «qué-con-e-di-con-i-ces»? Era capaz de hacerlo muy deprisa, hasta dar la impresión de hablar en otro idioma.

 

            Hablando de la relación de ama con las historias y las palabras, algo que me sorprende es recordar que con una vida tan ajetreada ama encontrara ratitos para leer libros, y bien gordos por cierto, que estaban de moda en mi infancia, como Yo, Claudio, Raíces, La araña negra...

 

            También buscó tiempo para hacer voluntariado como catequista en la iglesia de San Inazio. Esto le brindó la oportunidad de realizarse fuera del hogar en una materia tan importante para ella como la fe cristiana, que, por cierto, siempre nos quiso inculcar a sus hijas e hijo, con éxito desigual, todo hay que decirlo. En la catequesis ama encontró una comunidad de compañeras con las que compartía esa fe y además se sentía identificada como mujer. Ahí es donde trabó una amistad íntima y maravillosa con su querida María Arranz, cuya muerte ama sintió muchísimo. De ese ambiente surgió también su cuadrilla de amigas del café, con la que ama se juntaba todas las semanas hasta el momento de su ingreso en el hospital. Nuestro aita, nuestro magnífico aita, ejercía de chófer y la llevaba todas las semanas en coche a San Inazio para que se reuniera con ellas en el bar Kanpion y después la llevaba de vuelta a casa, como si de Miss Daisy se tratara.

 

            Mientras fuimos pequeños vivimos vacaciones inolvidables en Alicante y en Mallorca, pero cuando nos hicimos mayores y nos fuimos de casa, ama y aita siguieron saliendo de vacaciones, y viajaron a varios países de Europa, e incluso al Caribe. El último avión lo cogieron juntos este último mes de agosto de 2019, cuando mi hermana Eva y su familia les invitaron a pasar unos días con ellos en Oropesa. Se ha convertido ya en algo legendario, aunque sea reciente, el baño de hora y media que durante esa estancia se dio Celia (que, por cierto, nadaba muy bien) un día en la piscina de Oropesa. A la vuelta de ese viaje, un problema obligó a nuestros padres a esperar nada menos que 8 horas en el aeropuerto, sin poder comer hasta muy tarde. Algo agotador para cualquiera. Al día siguiente les llamé por teléfono, pensando que quizá se encontraran medio enfermos después de ese viaje extenuante. «Ayer cuando llegamos, sí», me dijo ama. «Pero me metí a la cama, he dormido muy bien y esta mañana me he levantado como nueva y he hecho la gimnasia como todos los días».

 

            En la última foto de ese viaje a Oropesa, ama aparece haciendo una de las cosas que más le gustaba en el mundo: desayunar chocolate con churros. Era un placer tan grande que lo reservaba únicamente para los domingos, día en que nuestro aita, nuestro maravilloso aita, le freía seis churros y le preparaba un chocolate que degustaba con una fruición solo comparable al gusto que le daba contártelo luego. Le oías relatarte lo delicioso que había estado ese desayuno, y te daban ganas de irte corriendo a prepararte uno.

 

            Lo del chocolate con churros se puede encuadrar entre los placeres que se pueden, quizás, esperar, de una amama a la que imaginaríamos con la típica mantita sobre las rodillas. Sin embargo, Celia tenía además otros gustos a lo mejor no tan predecibles. Por ejemplo, le gustaba fumarse un cigarrito con el café, o ver carreras de motos. Pero para algunos sin duda lo más llamativo será su gran afición al fútbol, una pasión que le hemos conocido desde siempre. Otra cosa que le gustaba, aunque tenía menos oportunidades de disfrutarla, era —agarraos— el boxeo. Este interés lo manifestaba más discretamente, yo creo que porque todos le torcíamos un poco el gesto, le poníamos mala cara, cuando algún viernes por la noche la veíamos seguir atenta algún combate por televisión, poniéndose invariablemente, eso sí, a favor del luchador que no fuera de raza blanca. «Te poníamos mala cara» he dicho, pero la verdad es que yo te ponía mala cara. Cuánto lo siento, ama. Quién soy yo para corregirte.

 

            Personalmente, según he ido madurando y cobrando conciencia feminista, he ido comprendiéndote mejor, he ido admirándote y respetándote cada vez más, como a una igual, y tus historias y aventuras me han resultado más estimulantes y enriquecedoras, me ha gustado escuchártelas una y otra vez, por mucho que las hayas repetido, porque cada vez les he encontrado más matices y mayor sentido. Una de los momentos que al cabo de los años ha cobrado un significado nuevo es una anécdota que en su momento me provocó mucha risa. Estábamos una noche todos en casa viendo la película de «Encuentros en la 3ª fase». Al final de la película hay una escena en la que se ve a una multitud de personas que se ha reunido en una especie de planicie. Ama estaba viendo la película con nosotros, pero se había quedado dormida hacia la mitad. Justo en esa escena de pronto se despertó, vio la muchedumbre en la pantalla, y dijo:

 

«¿Y quién da de comer a todos esos?»

 

            El resto de los presentes estallamos en carcajadas ante semejante comentario que no venía al caso de nada, y de hecho durante años de vez en cuando alguien decía la frase y volvíamos a reírnos de la ocurrencia. Ahora, sin embargo, no me hace gracia de la misma manera. Sonrío, pero no porque me parezca ridícula, sino porque me llena de ternura y orgullo. La relaciono con otro comentario típico de mi madre cuando en alguna película se veía un palacio con un suelo de mármol brillantísimo, y ella decía: «Y eso ¿quién lo limpia?» Claro que sí, ama. Si eso no es conciencia de clase, que venga dios y lo vea. Y un orgullo parecido me embarga cuando recuerdo que en el año 2007 el Ayuntamiento de Bilbao invitó a las galleteras de Artiach a la presentación de un libro homenaje sobre la historia de las trabajadoras de esta fábrica, y en el acto una concejala que debería haberse asesorado mejor antes de hablar dijo que a las galleteras de Artiach les regalaban galletas en la fábrica. Ama no se quedó callada: «De eso nada, guapa: nos registraban al salir. Pero solo a las mujeres: a los hombres no les tocaban». Brava, brava, bravísima ama. Te aplaudo puesta de pie.

 

            Este año ama me sorprendió una vez más cuando me mostró la enorme colección de recortes de revista que estaba reuniendo desde hace dos años sobre mujeres extraordinarias y pioneras de las artes, las ciencias, la política etc. Juntas los empezamos a pegar en un álbum. No nos ha dado tiempo a pegarlos todos, así que habrá que terminar sin ella. Lo que tengo claro es que la última foto será la suya.

 

            Para terminar este larguísimo discurso, voy a leer un poema en honor de ama de parte de aita y de todas mis hermanas, mi hermano y yo. Pero antes quiero decir una cosa más. Cuando ama acudía a un funeral, lo hacía para honrar a la persona fallecida y rezar por ella, por supuesto, pero también era una oportunidad para saludar a personas a las que tenía pocas oportunidades de ver, y de charlar animadamente con ellas, y, si se terciaba, reírse un rato contando cosas. Así que, quienes estáis aquí no tengáis miedo de aprovechar la ocasión cuando salgáis para charlar y reíros con vuestros amigos o conocer otros nuevos, de demostraros cariño y hablar de las cosas buenas de la vida, porque eso es lo que a ella le gustaba y lo que hubiera querido. Estas últimas semanas han sido muy duras para nuestra familia, pero creedme cuando os digo que no ha habido un solo día de hospital en el que no nos hayamos reído juntos por una situación absurda, un recuerdo gracioso o una ocurrencia ingeniosa.

 

            Del mismo modo, acompañar a ama estos días no ha sido solo algo duro, sino que estar junto a ella, quererla, ha sido a la vez para nosotros como conectarnos con una especie de batería o generador de cariño, del que fluía constantemente una corriente inagotable de amor, una superabundancia que nos envolvía y nos llenaba el regazo hasta el borde, obligándonos a compartir ese amor y comunicarlo entre nosotros, en un tráfico inevitable de abrazos y besos.

Gracias aita, gracias Rosa, gracias Eva, gracias Blanca, gracias Jon.

 

            Hace dos años, el día de Nochebuenas hicimos una velada literaria, en la que cada uno tenía que leer un poema para los demás. Aita, nuestro extraordinario y querido aita, compañero fiel de ama durante más de 60 años, leyó este poema, que nos ha parecido muy apropiado para despedir a ama. Es de Catulo, un poeta de la antigua Roma. Él se lo dedicó a su amada Lesbia, pero vamos a tomarnos la licencia de cambiar el nombre por el de Celia. Seguro que a Catulo le parecería bien:

 

 

Vivamos, Celia mía, y amémonos.
Que los rumores de los viejos severos
no nos importen.
El sol puede salir y ponerse:
nosotros, cuando acabe nuestra breve luz,
dormiremos una noche eterna.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta, no la sabremos ni nosotros
ni el envidioso, y así no podrá maldecirnos
al saber qué grande era el total de nuestros besos.

 

 

 

Amatxu maitea, agur eta ohore. Maite zaitugu.

 

 

 

San Felizisimo elizan, 2019ko urriaren 28an

 

[1]          Dicho sea de paso, una muestra de esos bordados maravillosos en los que siempre aparecen dos Cs entrecruzadas, las iniciales de nuestra madre, se pueden ver estos días en una exposición en la casa de cultura de Leioa.


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