PELOTEANDO CON LA VIDA

neska_pilotaria 1456151786302 Neska pilotaria | 2008-03-12 18:48

El autobús se asoma. Racanea el motor. Ronco. Lo hace con timidez. Una marquesina de madera le saluda. Cada dos horas. Con el brazo encogido por el frío. El transporte necesita coser 56 paradas, una a una, para conectarse con Bilbao. En el otro extremo. "Sin coche, aquí no se puede vivir", explica Hodei Beobide. Aquí es Ubidea. Un pueblo que respira en la frontera con Araba. El último mojón de Bizkaia. Coronando el puerto de Barazar. La carretera de los camiones. Espera a la derecha. Acostado frente al Gorbea. El monte tiene la coronilla cubierta de nieve. Tejas blancas. Cada invierno. El viento llega helado. El termómetro parpadea. Tirita. Cuatro grados. Una nevera sin enchufe. Natural. "Todavía no hace frío. Hoy se está bien", dice Bernar Urrutia, la madre de Hodei. En mayo hizo más frío. Mucho. En julio, bajo la canícula, a punto estuvo de congelarse el calendario. La vida.

Hodei Beobide cumple años cada 23 de abril (nació en 1985). Una fiesta. "Lo celebramos en casa, con la familia", recuerda Hodei. Hubo langostinos en la mesa. Un día después dos manchas se posaron sobre su antebrazo izquierdo. "No le di mayor importancia. Pensé que igual era una alergia por el marisco". Hodei continuaba con su rutina: entrenar y jugar. Ajeno. Las manchas, sin embargo, no remitían, al contrario, colonizaron su cuerpo. "Me levantaba a las noches y me las miraba frente al espejo, en el baño". Era su secreto. Así pasó varias noches. Frente a su imagen. A escondidas. "No quería preocupar a los de casa". Tapó su cuerpo. Su cara le delató. Se le formaban pupas en los labios y sangraba coágulos por la nariz "Siempre llevaba manga larga para que no se me vieran las manchas". Cuando jugaba a pelota las manos se le ennegrecían por los impactos. También los pies. "Entonces empecé a preocuparme. No sentía dolor pero eso no era normal. Además, me cansaba un montón. Para el tanto ocho ya no podía". Iñigo Simón, médico de Asegarce, observó a Hodei tras un entrenamiento. Desechada la alergia porque ésta no remitía, el galeno ordenó una analítica. Era mayo. "Cuando vi los resultados me quedé de piedra. Eran unas analíticas fatales". Simón llamó por teléfono a Hodei, que se encontraba en el carrocero, y le explicó que debía reunirse con él para "realizar un contraanalisis". Al mismo tiempo, Iñigo Simón se puso en contacto con el servicio de Urgencias del hospital de Txagorritxu en Gasteiz. "Aquello tenía muy mala pinta, pero no se lo dije directamente", confiesa Simón. El contraanálisis confirmó los peores presagios. "Parecía una leucemia". Hodei llamó a su madre. "En casa no sabíamos nada y fue un shock. No lo asumes". Voló hacia el hospital. Al encuentro con su hijo. Con Hodei.

Hodei, indefenso

Bernar Urrutia es una madre coraje. O sencillamente una madre. "No te queda otra. Había que tirar para adelante", dice con sencillez, mirando a su hijo con los ojos iluminados. Hodei fue ingresado inmediatamente en la planta de hematología. Aislado. Sus defensas se habían evaporado. Estaba totalmente expuesto. Un chaval de 1,82 metros y 86 kilos era vulnerable a cualquier cosa. A la más pequeña. Un gigante indefenso. El diagnóstico definitivo no llegó hasta una semana después. Anemia aplásica. Una rara enfermedad que ataca a una de cada millón y medio de persona del que se desconoce un origen concreto. "Le tocó a él y ya está", apunta su madre. "Sólo te queda luchar". La anemia aplásica tiene lugar cuando la médula ósea deja de producir suficientes células sanguíneas. Entre tanto tecnicismo, Aran-tza Mendizabal, hematóloga del hospital de Txagorritxu tradujo a la familia de Hodei su dolencia. "Pensar en la médula ósea como en una fábrica de bicicletas, con una leucemia la fábrica hace malas bicicletas, con una anemia aplásica no las fabrica, directamente", rememora Bernar. Con menos de 3.000 plaquetas defendiendo su cuerpo, los valores normales se sitúan entre 150.000 y 400.000 plaquetas, con la hemoglobina en un 8% y el hematocrito en 20%, Arantza Mendizabal y José Guinea "los ángeles de la guarda de Hodei", según Simón, pusieron en marcha el protocolo para salvar la vida del pelotari. "Lo primero que se pensó fue en un transplante de médula ósea", describe Hodei. Necesitaba un donante. No lo encontró. Su hermana, Ainara, no era del todo compatible, al igual que su madre. Los doctores les plantearon un tratamiento alternativo. "Era similar a la quimioterapia, pero no se te caía el pelo", afirma Hodei. Se trataba de limpiar la médula ósea con la aplicación de linfocitos de conejo tratado. La técnica, de origen suizo, se aplicó en Hodei por vez primera. Resultó un éxito, pero le dejó barrido. Indefenso. A la intemperie. Vacío.

Salió del hospital, pero debía acudir cada lunes y jueves a que le fueran transferidas plaquetas, así como sangre cada diez días. Horas y horas en Txagorritxu "mi segunda casa". En la suya le esperaba cada día un menú de 21 pastillas. "Parecía una farmacia ambulante", comenta Simón. Con el sistema inmunológico bajo mínimos, Hodei debió de renunciar a afeitarse con cuchilla. "En caso de hacerme un pequeño corte, aquello no paraba de sangrar". Tampoco podía limpiarse los dientes con un cepillo debido al sangrado de las encías. Solo podía hacerlo con sus dedos o con una esponja. Su vida se redujo a su hogar. "No podía ni ir al cine, ni a un bar, ni a sitios muy cerrados por el riesgo de infecciones", apunta Simón. Los alimentos crudos, las ensaladas, desaparecieron de su menú por el mismo motivo. "Todo lo que comía tenía que ser elaborado. Tampoco podía abrir ni una lata de aceitunas para que no se cortarse", esboza su madre. A Hodei se le escurrieron 22 kilos de su andamiaje. Piel y hueso. Famélico, aprovechaba los días en los que le transfundían defensas para afeitarse con una rasuradora. "Es que con la barba parecía Rajoy. Además me sale pelirroja", bromea.

siempre acompañado

Durante aquellas semanas de hospital, Hodei no pasó jamás media hora sin alguien que le acompañara en el box de aislamiento. "Se volcó todo el mundo, la empresa, sus compañeros, Iñigo Simón, la familia, sus amigos. El equipo que le trató, de diez. Cuánto cariño", reconoce Bernar. "Pablo (Berasaluze) no faltó ni un día. Le estoy muy agradecida. También a Salva Bergara (director técnico de Asegarce). Me han demostrado que valen mucho como personas". A Antón, el padre de Hodei, la enfermedad de su hijo le superó. Le laminó. Del todo. Incapaz de soportar el sufrimiento de su hijo. "Su padre ha perdido diez años de vida a cuenta de lo de Hodei. No puede ni hablar del tema". La enfermedad lo cambió todo. "Yo quité de casa todas las camisetas de profesional. Las regalé", argumenta Hodei. A su madre, la visión del pantalón blanco, el de pelotari, le producía una enorme tristeza. Ahí sigue, sin embargo. "Aunque haya momentos muy duros, en los que no puedes parar de llorar, no puedes venirte abajo. Hodei no me ha visto llorar mientras tuvo que estar ingresado. Sabes que tienes que afrontarlo. ¿Qué otra opción tienes?", pregunta Bernar al cálido aire que recoge la sala de estar de la familia. En una de sus paredes, rodeadas por fotos familiares, descansan una veintena de txapelas y decenas de trofeos. "Esas txapelas no valen de nada", bromea Hodei desde su perspectiva de manista profesional. Su madre le rebate "para mí son muy importantes".

Cruel destino

El destino apareció nuevamente con muy malas pulgas. "No sabes muy bien por qué, pero le tocó de nuevo", comenta Bernar. Las defensas de Hodei eran mínimas. Apenas le alcanzaban para sostenerse y caminar. Para respirar. Para continuar con su vida: las transfusiones de plaquetas y sangre. En julio se le infectó el colon. Sirenas. A Urgencias. "El problema era todavía más grave porque una infección de colon sin apenas defensas... estaba muy malito", aclara Iñigo Simón. A Bernar, el doctor le expuso la situación en crudo. "Me dijo que si entraba en el quirófano, si se le perforaba el intestino y había que operar no tendría casi ninguna posibilidad". Bernar masticó rápidamente la pésima noticia. "Me dije que Hodei no tenía que saber lo mal que estaba. Tenía ganas de llorar, pero decidí ser actriz y hacer el mejor papel de mi vida". En el box, el dolor golpeaba una y otra vez a Hodei. "Yo sólo quería que me pusieran morfina para aguantar aquello". La noche fue larga. Hodei no quería cerrar los ojos. "Tenía miedo a dormirme y no poder despertar. Le decía a mi madre que no dejara que me durmiese y que si lo hacia, me moviera para que no se me parase el corazón". El monitor que controla el corazón latía al ralentí: 28 pulsaciones por minuto. Descorazonador. A Hodei se le escapaba la vida. "Nos enseñan a que nosotros tenemos que irnos antes que nuestros hijos. Lo contrario no es natural. No estamos preparado para eso", teoriza Bernar. En plena crisis, los doctores se conjuraron, "haremos todo lo posible", para neutralizar la infección. Probaron con una batería de antibióticos. Redujeron las dosis de morfina que calmaban a Hodei para ver a cuál de ellos respondía. En esa lucha por la supervivencia, Hodei reaccionó. "Es muy fuerte. Le ha salvado la juventud, un corazón fuerte y que es deportista", apostilla Bernar. Simón, que confiesa que esta experiencia "ha sido la más dura que he vivido como médico" comparte diagnóstico. "Creo que ha salido adelante por su entereza y por el gran equipo que le ha tratado. Es un chaval muy fuerte, pero fuerte no solo por fuera, sobre todo por dentro. Cuando una persona normal no podría ni andar con las analíticas que tenía, el venía a entrenar. Todavía no sé cómo podía hacerlo. Es un caso digno de estudio. Algo milagroso".

la esperanza

Hodei continúa pegado al tratamiento que le guía paso a paso a la normalidad abasteciendo la médula ósea, que ha comenzado a producir plaquetas y ha restablecido la línea roja, la de la hemoglobina. Hodei camina hacia las 50.000 plaquetas. Sigue subiendo. Además de las transfusiones, el pelotari de Ubidea recibe un tratamiento con Ciclosporina, EPO, Neuplogen y pastillas de magnesio para construir una nueva muralla. Su defensa. "Si tiene que continuar medicándose no me importa, porque lo importante es estar vivo. Yo no quiero un hijo pelotari, quiero un hijo vivo", razona su madre. La pelota, antaño profesión, es ahora una ilusión. Una esperanza. "Voy poco a poco, no sé si podré volver a jugar, pero lo intentaré", avanza Hodei. Hace unos días corrió 10 minutos y ha regresado al grupo de entrenamientos de Asegarce. "Eso ya es mucho para mí". Practica con la pelota gosua. "El frontón es para mí. No hay más pelotaris". Ahí está Hodei. En Ubidea. Peloteando con la vida.


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