JOHANN SEBASTIAN BACH : IZPIRITUAZ ETA LIBURUEZ

izarraketailargia 1456148111595 IZARRAK ETA ILARGIA | 2007-11-21 00:38

Johann Sebastian: Del Espíritu y los libros Bach
Por Ramón Andrés
No sólo en lo musical Johann Sebastian Bach representa una cima de Occidente, sino también uno de los puntos culminantes de su cultura. Contemporáneo de Newton y Leibniz, de Vico y Montesquieu, vivió un momento crucial en una Europa que comenzaba a asumir, de un modo definitivo, la escisión entre el mundo antiguo y el moderno.

Su mirada es capital para entender el paso hacia un nuevo ideario, del que se desprende, en su caso, una forma distinta de pensar la música. Anton Webern, con buen criterio, sostenía que "todo se operaba y producía" en Bach, y que tras él la música había emprendido un camino no conocido hasta entonces.

Objeto de una extraordinaria bibliografía, Bach sigue siendo, sin embargo, una incógnita, un hombre de perfil difuso, un espíritu de compleja aprehensión, alguien que supo ver las fisuras de la Razón sin renunciar a ellas.

Quizá por esta causa admita tantas interpretaciones, tantas visiones que lo observan unas veces como prodigioso arquitecto, otras como un matemático que nos conduce a las propuestas de Gödel, una mente dotada para el ejercicio especulativo hasta lo indecible, aunque ello no entre necesariamente en contradicción con la apreciación que lo define como un místico, un ser que entendió su esencia en la espiritualidad.

Ciertamente, Bach nos propone en su música una inaudita metáfora de lo humano. Pero, más allá del pentagrama, ¿por qué no acudir a sus lecturas, al rincón íntimo de su biblioteca, a las ideas que configuraron su tiempo?

Tal vez hallemos alguna respuesta, una vía que ayude a mirar más fijamente aquellos ojos que nos contemplan desde el cuadro pintado en 1746 por Elias Gottlob Haussmann, donde el Cantor muestra el Canon triplex a 6 (BWV 1076).

Acerquémonos, pues, a Bach.
El ímpetu por el estudio

Es innecesario referir que la imprenta fue decisiva para la cultura en la Europa humanista. En el siglo XVI la producción de libros aumentó en tal grado, que muchos lamentaron el crecimiento de los talleres de impresión. Lutero llegó a denostar la invención de Gutenberg, y alegó que la imprenta se había convertido en "una sirvienta de la ignorancia". Todavía en el XVIII el irónico Lichtenberg hacía escarnio de este fenómeno, aduciendo que lo peor de un buen libro es su capacidad de generar miles de obras malas... Se propagaron las ferias, las subastas, las tiendas en las que se hacinaban ejemplares de todas las disciplinas, recetarios, almanaques. El propio Bach participó en 1742 en una de dichas subastas y compró una recopilación de escritos de Lutero.

Debe tenerse en cuenta que en el mundo luterano, y más con la llegada del pietismo, la incitación a la lectura fue una prioridad para la formación del espíritu, de ahí que no sea anecdótico el alto grado de alfabetización que alcanzó Alemania. Desde luego, el pietismo, movimiento de suma trascendencia que a finales del XVII revisó el luteranismo más ortodoxo y apostó por un sentido más hondo de la piedad y la moral –incidiendo con ello en una vida de mayor contemplación y recogimiento–, indujo a la meditación y tuvo entre sus prioridades, cabe señalarlo, el fomento de la lectura. Es de notar que el ochenta por ciento de los inventarios alemanes acogía relaciones de libros, un porcentaje que desciende en la Francia católica, en la década de 1750, hasta el veinte por ciento1. Lutero, en la carta A los magistrados de todas las ciudades alemanas (1524), ya señalaba que no debía regatearse el dinero para contar con buenas bibliotecas y librerías. Bach pertenecía a esta tradición, de modo que no debe sorprender que tuviera su propia y estimada biblioteca. Para entonces, las bibliotecas privadas eran espacios destinados a la generación de sentido, instrumentos de irreemplazable valor que facilitaban el acceso a las claves del saber. Mapas celestes, obras morales, tratados de óptica y de música, manuales de botánica, retórica y anatomía contribuían a explicar el mundo, a observarlo.

El inventario efectuado a la muerte del músico nos remite a poco más de ochenta títulos. Sin embargo, resulta inverosímil que un hombre de tan inquieta personalidad sólo tuviera libros teológicos y de espiritualidad, como testifica dicha relación de obras. P. Spitta sugirió que los hijos del maestro, sobre todo Wilhelm Friedemann y Carl Philipp Emanuel, retiraron una buena parte del material y dejaron en los estantes los libros que a su entender parecían menos interesantes2. Pero R. Chartier3 avisa de algo importante: muchos inventarios extendidos antiguamente llamaban a engaño porque, o bien no contaban a ojos de los tasadores por su bajo precio, o por la exigüidad de los volúmenes, pese a su posible importancia. Lo que no cabe poner en duda es que el compositor fue un hombre de gran curiosidad intelectual, una mente increíblemente rápida –como lo demuestra su música– que no podía vivir ignorante de una realidad muy determinada por los decisivos descubrimientos y las ideas surgidas entonces.

En la Necrológica bachiana se señala que por "su extraordinario ímpetu por el estudio [...] permanecía trabajando noches enteras"4. Su insistencia en la lectura se percibe en la cantidad de glosas que se conoce contenían sus libros, tal es el caso los ejemplares de Abraham Calov (o Calovius), de quien Bach poseía la Gran Biblia Alemana (Grosse Teütsche Bibel) en tres volúmenes (1681-1682), adquiridos en 1733. En cuanto a los textos luteranos que compró en la subasta de 1742, estampados como Magníficos escritos en alemán del doctor Martín Lutero, que en gloria esté (Teütsche und herrliche Schrifften des seeligen Dr. M. Lutheri), fueron, como sugiere el propio compositor, los utilizados por Calov para el comentario de su Biblia. En una factura autógrafa Bach, anota:

Estos magníficos escritos alemanes de D. M. Lutero (provenientes de la biblioteca del gran teólogo y General-Superintendent de Wittenberg D. Abrah. Calovius, de los que probablemente compiló su gran Biblia alemana, y que pasaron tras su muerte a las manos del igualmente gran teólogo D. J. F. Mayer) los he adquirido en subasta por diez táleros el año de 1742, en el mes de septiembre. Joh: Sebast: Bach5.

La edición de Calov fue encontrada hace unas décadas y expuesta por vez primera en 1969, en la Bachfest de Heidelberg.6 Este hallazgo propició nuevas interpretaciones sobre las ideas del maestro y su compromiso con la ortodoxia luterana. Este asunto ha despertado controversias en los últimos años, y no es nuevo que unos deseen ver al compositor como un devoto que hizo de la música una profesión de fe, y que otros lo conciban como un hombre eminentemente práctico, que escribió música eclesiástica porque así lo exigía su trabajo. Los hay, también, que prefieren tenerlo por un esplendoroso aviso de la Ilustración. Sin embargo, las cosas son más complejas o, al menos, más sutiles. Tanto la imagen del luterano abnegado, como la del pragmático aunque genial funcionario que por conveniencia "tuvo" que recurrir a los textos religiosos para la ejecución de su trabajo en Leipzig, carecen de sentido. Lo que sí puede asegurarse es que Bach fue un espíritu permeable, nada acostumbrado a empañar su inteligencia. Ávido de conocimientos, buscó en todas direcciones, y el mejor testimonio de esta amplitud de miras es su propia música.

Poesía, idealismo místico y realismo científico

Sabemos que sus visitas a la biblioteca de Ernesti, rector de la Escuela de Santo Tomás en Leipzig, fueron continuas, y que en ella había un buen filón de títulos de autores platónicos, entre ellos Cusa y Ficino, así como obras de Pico della Mirandola y otras pertenecientes a la más reciente tradición hermética y cabalística7. Siendo alumno en el Lyceum de Ohrdruf, entre 1695 y 1700, el adolescente que era Johann Sebastian siguió los cursos en los que, además de retórica, religión y lógica, se estudiaba literatura latina. Una vez en Luneburgo, las disciplinas se extendieron a la aritmética y el griego. Allí se razonaban las enseñanzas de Cicerón, se leía a Isócrates y a Teognis de Megara. No faltaba la lectura de Quinto Curcio Rufo. Tampoco se desatendía a Focílides, el poeta moralista, ni a Cebes de Tebas, el pitagórico que aparece en el Fedón y en el Critón de Platón. Como libro de referencia sobre las teorías aristotélicas se contaba con una obra de Heinrich Tolle, la Rethorica Gottingensis (1680). También Horacio fue un autor habitual en las lecciones, lo mismo que Virgilio. Junto a este saber de tan distintas fuentes, se añadía a la instrucción la lectura de Lutero y un manual sobre su interpretación teológica, el Compendium locorum theologicorum de Leonhard Hutter (1610)8.

Pese a todo, el inventario de Bach no recoge volúmenes propiamente de filosofía, aunque es posible que tuviera alguno de Leibniz9 y quizás del filósofo más leído entonces en Alemania, Christian Wolff, que analizó y matizó muchas de las teorías del citado Leibniz. No cuesta compartir la opinión de John Butt10, quien, en efecto, cree que si algún libro filosófico debía permanecer en la biblioteca bachiana éste sería de Wolff, tanto por su difusión como por haber sido la fuente de muchas ideas adoptadas por los decisivos Gottsched y Baumgarten. Sin embargo, hay otras lagunas que quizás se antojen anecdóticas pero que pueden orientarnos. Aficionado como era a la poesía espiritual, sorprende que no hubiera en los anaqueles, por poner un ejemplo, alguna edición de Paul Fleming (o Flemming), que compartió con sus contemporáneos una visión elegíaca del mundo, influida sin duda por la devastación que dejó tras sí la Guerra de los Treinta Años. Entre los líricos de aquellas generaciones, como Gerhard, Arnold y Dach, se vivía una necesidad de consuelo, una inclinación muy propia del pietismo y muy perceptible en Fleming. Bach se acercó a él en diversas ocasiones, como en In allen meinen Taten (BWV 97), donde utiliza el coral O Welt, ich muss dich lassen, basado en sus versos.

Conociendo a Bach, se antoja improbable que sólo tuviera noticia de la poesía encerrada en los libros de corales. ¿No leyó a poetas capitales como Opitz y Gryphius? Es vano creer que no contase con más referencia de Rist que a través de las compilaciones litúrgicas11. No debe olvidarse que éstos, junto a otros escritores, fueron los creadores de una tradición literaria surgida con fuerza en el siglo XVII y que revistió una parte muy significativa del cimiento cultural de Alemania. Nada se descubre si afirmamos que Bach estaba interesado en los versos de Paul Gerhard, muy celebrado desde la publicación de Geistliche Andachten (1667), recopilación de fuerte acento pietista que fue predilecta entre los músicos. Bach tuvo en cuenta sus poemas para obras de tanta magnitud como la Pasión según san Mateo. Al igual que los poetas ahora señalados, Gerhard escribió desde el "dejamiento" y la necesidad de alejarse del mundo. El luteranismo era muy sensible a este credo. No es azaroso que las cantatas y las Pasiones de Bach, como las de muchos compositores de entonces, denoten un afán de liberación del alma y la preparación hacia el tránsito final, una aspiración extendida a toda la mística que irrigó un vasto delta, desde Ruysbroeck, Eckhart y Tauler en la Edad Media, hasta Jacob Böhme y Angelus Silesius. Proclamaban el recogimiento y el abandono, y justificaban que la fe basta para acercarse a Dios. Esta tendencia, intensa en Lutero, propició posiciones de espiritualidad más radical, caso de Johann Arndt (o Arnd), presente también en la biblioteca bachiana.

Con todo, como se ha dicho, en su retiro debieron de acompañarle libros no forzosamente religiosos, ¿por qué no recopilaciones en las que se recogían versos de Birken y Hofmannswaldau?, cuya poesía meditativa, tan del gusto barroco, siguió contando durante la primera mitad del siglo XVIII con gran autoridad. ¿No guardaba el poemario de Ziegler, poetisa a la que acudió para varias de sus cantatas? Sí, pensar que sus lecturas poéticas se limitaban a los textos contenidos en las antiguas colecciones corales o en El Libro de canto de Paul Wagner parece inverosímil en un hombre que apreciaba los libros, la compañía del aguardiente y el vino, que fumaba en pipa y era capaz de disfrutar tocando ante el público del Café Zimmermann. La referida recopilación de Wagner, presente también en la biblioteca de Bach, contenía 5.000 corales dispuestos en ocho volúmenes. En el inventario aparece anotada como Wagneri Leipziger Gesang Buch 8. Bände, aunque su título es Andächtiger Seelen geistlisches Brand-und Gantz-Opfer (1697).

Es mucho aventurar, sin duda, la propuesta de libros que no aparecen entre los bienes del maestro, pero sí cabe la certeza de que al menos conoció a los que eran nombres ilustres y de los que por fuerza tuvo que haber tenido noticia. ¿No sabía de Angelus Silesius?, el místico más importante del siglo XVII alemán. Podría argüirse que el "ángel de Silesia" abjuró del luteranismo en 1653, pero eso no supone que Bach se impusiera una censura. Su pensamiento religioso no le impidió admirar a los autores católicos. Cuando Silesius murió en 1677 –ocho años antes del nacimiento de Bach–, sus poemas ya habían conocido la imprenta y su ideario difundido más allá de los ambientes contrarreformistas, sobre todo a partir de la publicación del Peregrino querubínico (Cherubinischer Wander-Mann), impreso en 1701. Es ilustrativo que la edición del Peregrino fuera llevada a cabo por un poeta como Gottfried Arnold, cuya simpatía hacia el pietismo y la amistad con el impulsor de esta corriente, Jacob Spener, le granjearon tensiones con la ortodoxia. Cabe recordar que Johann Sebastian adquirió un libro de Spener, El celo contra el papismo, lo que viene a demostrar la convivencia de ciertos movimientos que, en su razón última, eran coincidentes: la meditación como uno de los caminos que llevan a sentir la inmanencia de Dios en todo lo creado, un Dios, esencia infinita, que, para cumplir su perfección, necesita de la existencia.

Silesius no podía estar lejos del espíritu de Bach si recomendaba en la "Advertencia al lector" a Ruysbroeck, Herp, Sandeo y Tauler, al que cita con insistencia. Esta pregunta se hace extensiva a Kempis, del que Lutero tomó buenos consejos. ¿No tuvo en sus manos el librito De imitatione Christi, que alumbró todos los rincones de la espiritualidad cristiana? Y un último punto: el universo intelectual de Bach lleva a Cantagrel12 a cuestionarse si en verdad la presencia de Comenius sólo quedó en el contacto que tuvo con su manual, Latinitatis Vestibulum (1662), estudiado por el joven Johann Sebastian en Luneburgo. Quizá ha sido poco valorada la presencia de este autor moravo en el ambiente cultural que rodeó al compositor. De hecho, el sabio defendió algo que no era ajeno a nuestro músico: la conciliación del idealismo místico con el realismo científico. Descartes y Leibniz admiraron en Comenius la magnitud de una propuesta intelectual que repercutió en Europa, una empresa del espíritu que no dejó impasibles a Böhme ni a Spener, porque sus libros, con acento en Pansophia (1648), le convirtieron en un portavoz de las tendencias más avanzadas. Bach debía sentirse cerca de quien afirmó que los conceptos y las palabras tienen que reducirse a un mismo sistema, como sucede en la armonía musical13.

Pia Desideria

En los anaqueles de Bach reposaban veinte volúmenes de Lutero, todos ellos in folio –excepto un sermonario in quarto–, siete de los cuales correspondían a una edición de las Obras tasadas en cinco táleros, más otra de igual contenido en ocho tomos y valorada en un tálero menos. También, como títulos significativos, estaban las Charlas de sobremesa (Tischreden) y la tercera parte del Comentario de los Salmos (Comment. über den Psalm, 3ter Theil). Con este material profundizó en las Sagradas Escrituras. Si a ello se añade que contaba con el referido comentario de Calov a la Gran Biblia Alemana y con La gran Llave de todas las Sagradas Escrituras de Johann Oleario (u Olearius), se puede aceptar la autoridad de Bach al respecto.

Realmente, en los escritos del reformador las referencias musicales son una constante, y no es necesario ceñirse a los prólogos de las colecciones de corales para comprobar su entusiasmo por la música. En las Charlas de sobremesa afirma que Satán es el espíritu de la tristeza "y por eso mismo le desagrada la música"14, o que el Papa, cuclillo ladrón, "no puede aguantar las canciones, la predicación, la doctrina de los maestros piadosos, cristianos y rectos"15. Cuando fue publicada la citada epístola A los magistrados, proclamaba que, de tener "hijos y posibilidades para hacerlo, no sólo les enseñaría lenguas e historias, sino también a cantar, música y todas las matemáticas"16. Como san Agustín, Lutero tenía la convicción de que cantar era rezar dos veces.

En una carta de 1523 a Spatalino queda patente su deseo de que la voz divina llegue al mayor número de fieles, por eso escribió canciones en alemán –"psalmos vernaculos"– con el fin de introducirlas en las iglesias. Lo que trataba de conseguir, entre otras cosas, en la Misa alemana (Deutsche Messe) de 1526 era ese mayor compromiso con la feligresía. Es importante destacar que la austeridad de la música eclesiástica defendida por los calvinistas favoreció que los luteranos se sintieran impulsados a crear un repertorio amplísimo, desde Decius a Hassler, desde Crüger a Tunder, Scheidt, Kuhnau y tantos más, casi incontables, que levantaron una cúpula rematada por Bach. Es cierto que la vocación musical de Lutero fue uno de sus mayores legados, y tan importante que marcó el devenir de la música de su país. Es normal que todavía en el XVIII los músicos sintieran esta herencia como algo impagable. Bach no fue una excepción. Otra cosa es pensar hasta qué punto, en lo teológico, como es costumbre afirmar, fue un espejo del reformador. Es acertada la expresión de Robin A. Leaver al señalar que Bach "era un típico luterano de clase media del siglo XVIII"17, no más. ¿O quizá sí fue "algo más"? Aunque nada puede afirmarse, no es irrelevante el que en su biblioteca hubiera textos de mística medieval y autores pietistas al lado de otros identificados con la más pura ortodoxia.

Recordemos que a la muerte de Lutero, y a causa de las interminables disputas, se hizo necesaria la elaboración de un libro que armonizara las diferentes tendencias luteranas. Fue el origen de Concordia, recopilación de textos hecha en Dresde en 1580. Jean Delumeau18 comenta que se estableció una encarnizada batalla entre los partidarios de Melanchthon, en su mayoría de la Universidad de Wittenberg, y los de Jena, a quienes llama "integristas". Este Libro de la Concordia acogía páginas como las de la Confesión de Augsburgo (1530) de Melanchthon y la posterior Apología redactada sobre este documento, los dos catecismos, la Fórmula de la Concordia y Los artículos de Schmalkalda, que Lutero escribió entre 1537 y 1538. El que Bach diera conformidad a dicho Libro para acceder al cargo de Santo Tomás ha suscitado numerosos comentarios, unas veces en la dirección que afirma su luteranismo ortodoxo, y otras en la que se sugiere debió de aceptar el documento como requisito para hacerse con la plaza. Que suscribiera la Concordia nada tiene de particular: era un trámite exigido a cualquier maestro, músico o pastor que pretendiera obtener un puesto dentro de la iglesia. No acatarlo suponía, directamente, renunciar a la cantoría.

Como hemos dicho, no es defendible ya la idea decimonónica de un Bach beato e intransigente sujeto a un luteranismo conservador, ni tiene sentido sostener, como se quiere hoy, un supuesto agnosticismo que le llevó "a tolerar" la teología y las prácticas luteranas con tal de componer música19. Aunque en la biblioteca estaba la obra in quarto del ortodoxo Stenger, Bases de la Confesión de Augsburgo (Grundveste der Augspurgischen Confesion), su actitud demuestra que no ignoró lo que resonaba en otras corrientes, e incluso en confesiones ajenas. Por eso es lógico que junto al libro de Stenger tuviera El celo contra el papismo (Eyfer wieder das Pabstthum) debido a Spener, cuya obra Pia desideria20 de 1675 fue el verdadero manifiesto del pietismo alemán.

Spener denostó las polémicas y, casi a la manera de Pascal, condenó la vida mundana, convencido de que ciertas actividades distraían el camino hacia Dios. Así las cosas, era previsible que los pietistas observaran con cautela la intervención de la música, y no sólo en los oficios. Esto entra en contradicción con la voluntad de Bach, pero es verdad que los compositores, empezando por las obras postreras de Schütz, fueron sensibles a los credos pietistas. Pero alinear a Bach en una determinada corriente resulta ocioso. Su música jamás presenta un enfrentamiento entre el espíritu y la Razón. Esto la hace indefinible. Al fin y al cabo, lo expresado por Spener procedía de un valioso sustrato en el que se mezclaban la mística medieval, especialmente Tauler, la devotio moderna, la palabra de Kempis y la iluminación de Böhme, aunque también el discurso de católicos como el del quietista Achille Gagliardi, e incluso herencias deudoras de la mística hebrea como el sabbatianismo, que tuvo su expansión en el XVII. Si se tiene en cuenta que el pietismo tampoco desestimó las corrientes ocultistas, podemos imaginar cuánto aglutinó esta nueva sensibilidad que afectó también a lo ideológico.

En el fondo, se fraguaba y proponía el nacimiento de un mundo nuevo, de ahí que a principios del XVIII el pietismo ganara las simpatías no sólo de los eclesiásticos, sino también, y con qué énfasis, de personalidades del mundo artístico e intelectual laico que contaron con un peso determinante en la Aufklärung. No debe pasar por alto que una parte de la nobleza se identificó con los pietistas, y el caso más palmario es el del jovial Zinzendorf. No es exagerado reconocer que lo aportado por este credo resultó decisivo para el pensamiento alemán en su tendencia hacia el racionalismo y el individualismo. Klopstock fue pietista, lo mismo que Schiller. Sabemos de su influencia en Goethe, y no menos en Novalis. En uno de los lugares más señalados por el pietismo, Königsberg, había nacido Kant el mismo año en que Bach presentó la primera versión de la Pasión según san Juan, es decir, 1724.

Pensar el consuelo

Si alguien dejó huella en el autor de Pia desideria ese fue el aludido Arndt, del que Bach tenía La verdad del Cristianismo (Wahres Christenthum) (1605-1609). Su obra fue la primera y más seria revisión de la línea trazada por Lutero, una visión alentada por la mística: el hombre asiste a una especie de nacimiento, a una reinterpretación de sí mismo. Bach estaba imbuido de la lectura de Arndt... quizá por ello podía compartir como pocos el contenido de El tiempo y la eternidad (Zeit und Ewigkeit) de Martin Geier (o Geyer), que tenía en la biblioteca; sus páginas le llevaron a algo más que a una meditación religiosa. ¿Cómo podía Bach desoír las reflexiones de un autor que analizó la humana conditio y que, en la tradición de san Agustín, declaraba que lo eterno es aquello que no puede ser medido por el tiempo? La pregunta sobre de aeternitate mundi, que preocupó a los filósofos y teólogos medievales, se planteaba de forma distinta en los días de Geier: el mundo es una circunstancia y la eternidad un estado que acoge todas las finitudes. La obra de Geier es en realidad una vanitas, una percepción del mundo que no resultaba ajena a Bach. Expresa el miedo barroco de la desposesión. No es difícil darse cuenta de la magnitud que este pensamiento trágico adquirió en el músico, cuya intensa subjetividad se convirtió en su propia condena: la identidad no es una relación inofensiva consigo mismo, sino un estar encadenado a sí mismo, ha dicho Emmanuel Levinas21.

Bach se educó en una música marcada por la trascendencia, al igual que leyó textos de pregunta metafísica, atentos a los avisos de la muerte. Esta forma de sentir, estos golpes de nihilismo que, paradójicamente, llevan a estados espirituales extremos, fueron inherentes a la personalidad bachiana. Este asunto ha sido estudiado con mucho provecho por David Yearsley22. ¿Por qué tantos títulos de Heinrich Müller en su biblioteca? Muchas arias de la Pasión según san Mateo están impregnadas del duelo e inquietud visibles en los Sermones sobre las desdichas de José (Predigten über den Schaden Josephs), obra de elevada meditación, como también de Müller son la Llama de amor (Liebes Flamme) y Consejo Divino (Rath Gottes), escritos de recogimiento que se complementan con otros de acento doctrinario, como Lutherus Defensus, Atheismus y Judaismus, también contados en la relación de libros.

Nos interesa ahora una obra que debió de acompañarle en momentos de soledad: Las horas consolatorias (Erquickstunden), donde Müller reflexiona sobre la muerte de un modo que venía alimentado desde la Edad Media. Cuando los comentaristas abordan este asunto y lo relacionan con las lecturas de Bach señalan una tradición que conduce a Lutero, autor del Sermón de preparación a la muerte (Ein Sermon von der bereitung zum sterben, 1519), pero el reformador no inauguró un género, sino que continuó el cultivo de las ars moriendi en las que se aconsejaba cómo un buen cristiano debía emprender el tránsito final. Las ediciones de este tipo se extendieron de modo inaudito en toda Europa, lo que revela una gran preocupación por la salvación personal. Alberto Tenenti23 manifestó que estos textos piadosos iban dirigidos "a los que gozaban de buena salud", antes que a los enfermos. Aprender el arte de bien morir fue una enseñanza cuya expresión como scientia moriendi se encuentra por primera vez en el Horologium sapientiae (c. 1345) de Enrique de Suso. Las horas consolatorias tiene, por supuesto, su origen en el sustrato de esta literatura. En correspondencia, la música de los predecesores de Bach muestra esta tiniebla espiritual, densa en Tunder, Schütz, Theile y tantos más. Todos ellos crearon, lo mismo que Johann Sebastian, auténticas ars moriendi musicales.

Esta complejidad, no sólo espiritual, hizo renacer las lecturas de Ruysbroeck, Eckhart y sobre todo Tauler, cuyos Sermones Bach había comprado. Este místico renano refiere obsesivamente el concepto de liberación, corpórea y del alma, e insiste en romper la cautividad terrena, algo expresado por el músico en muchos momentos. Los de Tauler son escritos que resultan un lazo de unión entre el intelecto, la filosofía y el "fondo secreto del alma", una invitación a pensar el ser y la nada como una sola dimensión24. No aceptar la oposición entre lo racional y lo irracional explica con claridad que Schopenhauer fuera asiduo lector de aquellos místicos, lo mismo que Martin Heidegger en el siglo XX.

Al igual que Müller, esta línea fue continuada por August Pfeiffer, que, después de Lutero, es el nombre más representado en la biblioteca del músico. Al lado de obras como Anti Calvin y La escuela evangélica de los cristianos (Evangelische Christen Schule), poseía el Anti-Melancholicus. Estos tres libros, que no pasan inadvertidos a Yearsley, debieron parecerle de un interés especial por cuanto anotó sus títulos en la portada del Clavierbüchlein de Anna Magdalena. Los compró por 1 tálero y 24 groschen. Las Pasiones, así como las cantatas, están, al igual que sucede con Müller, cinceladas por la visión de Pfeiffer25. El deseo de muerte, la tan moderna y barroca necesidad de disolución y de exclusión de la realidad se traslada a las partituras de un modo insistente, como en la fúnebre BWV 157. Escucharla es detenerse ante el Cristo muerto de Holbein y meditar la condición del ser, como lo hizo Dostoievski ante ese mismo lienzo en Basilea26. Pero ¿cómo sobrevivir a este sentimiento? Para ello Pfeiffer propugna un rechazo de la melancolía, "enfermedad grave" como la llamó Teresa de Jesús27. Fueron tantos los tratados para curar el ánimo melancólico, que el estudio del que se consideraba un desequilibrio humoral se extendió tanto al terreno científico como al espiritual. El Anti-Melancholicus (1691) recogía esta tradición: ningún "quebranto del ánimo" debe de interponerse entre la voz divina y el hombre. Pfeiffer, archidiácono en Santo Tomás hasta 1689, había conseguido que años después de su muerte siguiera dirigiéndose la mirada a la melancolía como un conflicto, ese mismo problema que llevó a Robert Burton a publicar una magna Anatomía de la melancolía (1621) en la que compendió todas las recetas para luchar contra ella. Una, y eficaz, es la música, puesto que se trata de "la mayor medicina para elevar y reanimar un alma lánguida": atenúa los miedos, expulsa los sufrimientos y aleja los descontentos28. Bach tenía plena certeza de ello.

1 R. Chartier, "Las prácticas de lo escrito", en P. Ariès y G. Duby, Historia de la vida privada, V, Madrid, 1989, pp. 113-161. Es también de interés su texto El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII, Barcelona, 1992.
2 P. Spitta, Johann Sebastian Bach, Leipzig, 1873-1880; reimp. en inglés, Mineola, 1992. Existe una edición abreviada en español, Johann Sebastian Bach, su vida, su obra, su época, basada en una edición de W. Schmieder, México D. F., 1959.
3 R. Chartier, Op. cit., p. 129.
4 Bach-Dokumente, III/666. Se sigue aquí la edición española de H.-J. Schulze, Johann Sebastian Bach. Leben und Werk in Dokumenten, en la cuidada traducción de J. J. Carreras, Johann Sebastian Bach. Documentos sobre su vida y su obra, Madrid, 2001, p. 244.
5 BD, I/123, p. 170.
6 Hoy se guarda en la Ludwig Feuerbringer Library of Concondia Seminary de San Luis, Missouri.
7 A. Basso, Frau Musika. La vita e le opere di J. S. Bach, Turín, 1979-1983; reimp. 1992, II, p. 732.
8 C. Wolff, Johann Sebastian Bach. The Learned Musician, Nueva York, 2000. Existe una deficiente edición española, Johann Sebastian Bach. El músico sabio, Barcelona, 2002-2003, I, 74.
9 P. Charru y C. Theobald, L´Esprit créateur dans la pensée musicale de Jean-Sébastien Bach, Sprimont, 2002, p. 52.
10 J. Butt (ed), The Life of Bach, Cambridge, 1997; véase en la traducción española, Vida de Bach, Madrid, 2000, su texto ""¿Una mente inconsciente que calcula?" Bach y la filosofía racionalista de Wolff, Leibniz y Spinoza", p. 99.
11 Algunos de los más significativos fueron introducidos por Bach en diversas cantatas, como BWV 60 y 105, además del Oratorio de Navidad BWV 214.
12 G. Cantagrel, Le moulin et la rivière, París, 1998, p. 521.
13 Panglotia, III, 7.
14 Op. cit., p. 450 (WA 194).
15 Ibid., p. 542 (WA 4.892).
16 Ibid., p. 228 (WA 15, 27-53).
17 "Música y luteranismo", en J. Butt (ed.), Op. cit., p. 68. Véase también Bach´s theologische Bibliothek; eine kritische Bibliographie/Bach´s Theological Library: A Critical Bibliography, Neuhausen-Sttutgart, 1983.
18 Naissance et affirmation de la Reforme, París, 1965, reimp. 1999; trad. cast. La Reforma, Barcelona, 1985, pp. 146-147.
19 R. A. Leaver, op. cit., p. 68.
20 Pia desideria, o Aspiración sincera a una mejora grata al divino beneplácito de la verdadera iglesia evangélica (Pia desideria, oder herzliches Verlangen nach gottgefälliger Besserung der wahren evangelischen Kirche), Frankfurt, 1675.
21 Le temps et l´autre, Saint-Clément, 1979; trad. cast. El tiempo y el otro, Barcelona, 1993, p. 93.
22 D. Yearsley, Bach and the Meanings of Counterpoint, Cambridge, 2002. Véase el primer capítulo, especialmente las pp. 5-28.
23 "L´arte di ben morire", en Il senso della morte e l´amore della vita nel Rinascimento, Turín, 1957, pp. 62-84.
24 Libera, A. de., Eckhart, Suso, Tauler ou la divinisation de l´homme, París, 1996, pp. 77-78.
25 Véase D. Yearsley, op. cit, pp. 7-10.
26 Pintado en 1522, se guarda en el Kunstmuseum de dicha ciudad. Para su reflexión véase J. Kristeva, Soleil noir. Dépression et melancolie, París, 1987 (trad. cast. Sol negro. Depresión y melancolía, Caracas, 1991). La cantata BWV 157 está escrita in memoriam de Johann Christoph von Ponickau, consejero de la corte sajona.
27 Libro de las Fundaciones, VII, 8.
28 El título original es Anatomy of Melancholy, Londres, 1621; a ésta primera siguieron otras seis hasta 1676. (Trad. cast. Anatomía de la melancolía, Madrid, 1997-2002, 3 vols). II, "Segunda sección, Miembro IV, Subsección III, "La música como remedio"", pp.116-119.


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