LA VUELTA AL COLE
LA VUELTA AL COLE
Domingo 9 de septiembre, Alicia, una jovencita de 9 años está nerviosa, intranquila. Cada año le sucede lo mismo por estas fechas, o casi, pues este año se la ve más dubitativa. Es su último día de vacaciones, mañana volverá al cole. La alegría del reencuentro con sus compis se ve, no obstante, empañada por las dudas. No sabe exactamente lo que pasa, es joven aún, pero el fin de curso pasado fue un tanto extraño. De la noche a la mañana la mayoría de sus profesores habían desaparecido, habían sido sustituidos por nuevos rostros, nuevas maneras de hacer las cosas. Alicia no sabría decir si mejores o peores, simplemente diferentes. Alicia no sabía, cosas de la inocente niñez, que sus profesores habían cogido la baja para poder así enfrentarse mejor a algo que para ellos era muy importante: las oposiciones. Unas extrañas oposiciones, mal convocadas, de forma tardía con incesantes cambios en su reglamentación, que traía loco al profesorado.
Alicia, como decía, permanecía ajena a esa incertidumbre sombría y gris que se abatía sobre sus profesores, pero, inevitablemente, sentía que algo raro estaba pasando. Con el cambio de profesores el mundo que ella conocía, allí donde ella se sentía segura, querida, se había desmoronado y eso agudizaba su nerviosismo de final de vacaciones. ¿Volverían sus profesores a su escuela?, ¿volverían los sustitutos de sus profesores, a quienes finalmente había llegado a coger cariño? ¿Se encontraría una vez más frente a nuevos rostros, nuevas maneras de proceder a las que tener que amoldarse? Preguntas sin respuesta que no la dejaban dormir, daba vueltas y vueltas en su cama pensando qué le depararía el mañana, su primer día del nuevo curso.
Lunes 10 de septiembre, Alicia se levanta pronto. De todos modos es casi la hora ya y aunque no ha dormido tiene que hacer frente a lo que venga. A su llegada al cole ve a Jon, a Ander, a Aitor. Mónica se acerca al galope a abrazar a sus compis, pero aunque nadie lo mencione Alicia sí que nota el nerviosismo de sus amiguitos, un nerviosismo conocido, pues es el mismo que ella siente desde hace días y con mayor intensidad desde ayer.
Al entrar al cole sus temores se vuelven realidad cuando empieza a ver caras nuevas a su alrededor, una vez más habrá de hacerse al cambio de profesores, ¿qué habrá sido de aquellos a los que ella ya conocía tan bien? De repente un rayo de sol, un rayo de luz, despuntó al final del pasillo. Era un rostro conocido, una tabla de salvación que dibujó una sonrisa en el rostro de Alicia. Al final del pasillo estaba “su” profe. Allí estaba Nicolás, o Niko como a ella le gustaba llamarle. A punto estuvo de salir corriendo y tirársele al cuello pero instintivamente se refrenó. Mientras le observaba acercarse descubrió grandes cambios en su Niko. Su cara, siempre sonriente estaba extrañamente seria. Su ágil caminar se había vuelto cansino. Aquel no era su Niko de siempre y Alicia sintió una gran pena por él. Todos sus temores, su nerviosismo, todo desapareció de repente para dar paso a una tremenda preocupación por su Niko. Ese Niko alegre y dicharachero que tantos buenos ratos les había brindado en clase, ese Niko al que ahora no veía.
Pasaron los días y la preocupación crecía en el interior de Alicia. Algo no iba bien con Niko y ella debía averiguar qué era. Finalmente se decidió, no podía aguantarse más. Tenía que descubrir qué era lo que pasaba y decidió aprovechar el recreo. Ese momento del día en que no existen las matemáticas ni el inglés, cuando nadie se preocupa de las ciencias ni de leer aburridos textos a una velocidad adecuada y con la correcta entonación. Ese momento del día en que todo es más relajado y distendido… sí, sería ahora.
Como quien no quiere la cosa Alicia se dirigió a Niko “¿a que no sabes cuánto he crecido este verano?”. Niko, absorto en sus pensamientos, parecía no escuchar. “Niko, ¡mira cómo he aprendido a hacer el pino!”, pero Niko tenía la mirada perdida en el horizonte hasta que finalmente gracias a la tenacidad de Alicia la vio por fin. “Niko, ¿qué te pasa?” balbuceó, “estás muy raro. No te ríes, no juegas con nosotros, ¿ya no nos quieres?”. Niko dudó, se quedó mirando a su alumna sin saber muy bien qué decirla, pero viendo su carita frente a él supo que tenía que decirla algo, darle alguna explicación, responder a sus preguntas como siempre lo había hecho en clase, con cariño. Tomó aire y se dirigió a ella: “Verás Alicia. Es que nuestros jefes no nos hacen caso, a veces creo que no les importáis, que no se preocupan por vosotros y así las cosas no pueden mejorar. Creen que podéis estar cuatro días sin profesor y por eso si enfermamos no van a mandaros a otro profe. Creen que no importa que estéis muchos en clase y que si cabéis en una, para qué os van a repartir en dos si así se ahorran un profe. Ahora nos van a pagar a unos más que a otros para así dividirnos y que no protestemos. Toman decisiones que nos afectan a nosotros y, especialmente, a vosotros sin tener en cuenta nuestras opiniones, quieren que hagamos muchas más cosas de las que hacemos pero no nos ponen medios para ello. No sé a dónde vamos a ir a parar”. Alicia se le quedó mirando, pensando, y finalmente acertó a preguntar: “¿así que tenéis malos jefes? Yo pensaba que habíamos hecho algo malo y que ya no nos querías, que era culpa nuestra”. Niko miró atentamente a Alicia. Observo un instante su resplandeciente rostro y descubrió que no podía caer en el mismo error que sus jefes, que no podía pasar de sus alumnos, que pese a las dificultades debía seguir siendo el Niko con el que Alicia y sus amiguitos reían en clase a la vez que aprendían, el Niko al que preguntar sus infantiles dudas sabiendo que encontraría la respuesta adecuada, el Niko que sus alumnos se merecían. Miró nuevamente al rostro de Alicia y con una enorme sonrisa le dijo “Gracias, Alicia, por preguntar”. Una radiante sonrisa iluminó el rostro de la pequeña.
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